Solo los necios dicen en su corazón: «No hay Dios». Ellos son corruptos y sus acciones son malas; ¡no hay ni uno que haga lo bueno! Dios mira desde los cielos a toda la raza humana; observa para ver si hay alguien realmente sabio, si alguien busca a Dios. Pero no, todos se desviaron; todos se corrompieron. No hay ni uno que haga lo bueno, ¡ni uno solo! ¿Será posible que nunca aprendan los que hacen el mal? Devoran a mi pueblo como si fuera pan y ni siquiera piensan en orar a Dios. (NTV Sal 53:1-4)
Vivimos en una época donde muchos han decidido desconocer a Dios en
todos los aspectos de sus vidas. Las Escrituras, la Biblia, que por siglos ha
sido fundamento moral y espiritual para la humanidad hoy son ignoradas,
cuestionadas o incluso ridiculizadas. Pero ¿Qué sucede cuando el ser humano se
erige como su propia autoridad, rechazando la sabiduría divina? La Biblia nos
advierte claramente sobre las consecuencias de vivir sin Dios.
Les digo, ¡que pronto les hará justicia! Pero cuando el Hijo del Hombre
regrese, ¿a cuántas personas con fe encontrará en la tierra?. (NTV Lc 18:8)
Este versículo es una advertencia, es un llamado a la introspección por
parte de cada ser humano. Nuestro señor Jesucristo en su infinita sabiduría,
nos anticipó un tiempo donde la fe podría escasear, donde el corazón del hombre
podría enfriarse ante la presencia de Dios. Consideremos por un momento la
realidad que nos rodea: estamos en la actualidad en un mundo inundado de
información, de avances tecnológicos que maravillan y de libertades que rayan
en los extremos en donde cada quien hace lo que se le da la gana, vemos toda
clase de libertinaje sexual, consumos de diferentes drogas alucinógenas y
alcohol, la maldad se encuentra desborda, la avaricia por el dinero por el
poder, los deseos por gustos y placeres están disponibles a todos, el amor al prójimo es un concepto ridículo
para muchas sociedades, el narcotráfico, los grupos criminales, los gobiernos
autoritarios y corruptos han ido destruyendo toda clase de amor y de respeto
por la vida.
Pues ha llegado el tiempo del juicio, y debe comenzar por la casa de
Dios; y si el juicio comienza con nosotros, ¿qué terrible destino les espera a
los que nunca obedecieron la Buena Noticia de Dios? Además, «Si el justo a
duras penas se salva, ¿qué será de los pecadores que viven sin Dios?». De modo
que, si sufren de la manera que agrada a Dios, sigan haciendo lo correcto y
confíenle su vida a Dios, quien los creó, pues él nunca les fallará. (NTV 1P 4:17-19)
El temor y adoración al verdadero Dios, el creador de todo lo que existe
es desconocido por millones de personas; en la tierra en la actualidad muchos
no toman en cuenta a Dios en sus vidas, en su diario vivir. Muchos millones profesan
diferentes cultos y religiones que a la luz de la verdad del Padre Celestial nos
hace recordar que la humanidad en estos tiempo se encuentra inmersa en las tinieblas,
está inmersa en un mundo lleno de pecado, de maldad, de oscuridad, no respetan
la vida de los demás, no respetan a sus padres y mucho menos no respetan ninguna
autoridad.
Luego el pueblo de Israel se retiró por tribus y familias, y cada uno
volvió a su propia casa. En esos días, Israel no tenía rey; cada uno hacía lo
que le parecía correcto según su propio criterio. (NTV Jue 21:24-25)
¿Dónde se sitúa nuestra fe? ¿Sigue siendo la brújula que guía nuestros
pasos, el ancla que nos sostiene en las tormentas de la vida? Veamos la
condición del corazón humano que ha afligido a la humanidad desde sus inicios:
la falta de temor de Dios y la incredulidad persistente; a nuestro alrededor, y
quizás incluso en lo profundo de nosotros mismos, hay una tendencia a vivir
como si Dios no existiera o como si sus mandamientos fueran solo sugerencias
opcionales y para otros millones de seres humanos lo ven como cuentos religiosos
y mitológicos del pasado.
¿Qué significa no temer a Dios? No se trata de un terror paralizante,
sino de una reverencia profunda, un reconocimiento de su santidad, su poderío y
su justicia. Es comprender que somos criaturas dependientes de nuestro Creador,
que somos responsables ante Él de nuestras acciones y de la manera en que
vivimos nuestras vidas. Cuando este temor reverencial se ausenta, el corazón se
endurece, la conciencia se embota y la puerta se abre a toda clase de incredulidad y de maldad.
La incredulidad es mucho más que simplemente no creer en la existencia
de Dios, es una disposición del corazón que se niega a confiar en su Palabra, a
aceptar su autoridad y a someterse a su voluntad. Es vivir como si tuviéramos
todas las respuestas, como si pudiéramos navegar por la vida según nuestros propios
criterios, sin necesidad de la guía divina.
¿Cuáles son las consecuencias de esta falta de temor y esta
incredulidad? Son graves y se manifiestan en múltiples aspectos de la
existencia humana. En primer lugar, vemos una moralidad relativa y cambiante.
Cuando no hay un estándar divino fijo, cada persona se convierte en su propio
juez, decidiendo lo que es bueno y lo que es malo según sus propios deseos y
conveniencias. Esto conduce al caos, a la injusticia y a la pérdida de valores
fundamentales que sostienen una sociedad sana, todo esto lleva a una anarquía
personal y de las las naciones que se manifiesta en todos los aspectos; la
ética y los valores han sido menoscabados, la corrupción está a la orden del
día en todas las instituciones, se prostituyen por internet, por dinero, por
placer, esclavizan a otras personas de muchas maneras, roban, estafan,
desfalcan empresas privadas y estatales, muchos solo saben de sobornos, de
trampas, de mentiras y engaños.
¡Qué mal les va a ir a ustedes! ¡El pecado los tiene atrapados! Para
colmo, ustedes se animan a decir: “Que Dios nos demuestre que cumplirá todo lo
que ha prometido; que el Dios único y todopoderoso se apresure a cumplir sus
planes, para que podamos conocerlos”.» ¡Qué mal les va a ir a ustedes! Dicen que
lo malo es bueno, y que las tinieblas son luz. También dicen que lo amargo es dulce.» ¡Qué
mal les va a ir a ustedes! ¡Se creen muy sabios y muy inteligentes!»¡Qué mal
les va a ir a ustedes! ¡Para beber vino y mezclar licores son unos campeones!
¡Pero en realidad, son todos unos corruptos! Por dinero dejan en libertad al
culpable, y no respetan los derechos del inocente. Rechazan la enseñanza del
Dios santo de Israel; desprecian los mandamientos del Dios único y perfecto.
Por eso, así como el fuego quema la paja así también desaparecerán ustedes:
serán como plantas que se pudren de raíz y sus flores se convierten en polvo. (TLA Is 5:18-24)
En segundo lugar, la falta de temor de Dios genera una búsqueda
insaciable de placer y satisfacción en cosas vanas y pasajeras. Al no reconocer
a Dios como la fuente primaria y última de toda alegría y plenitud, el ser
humano se lanza a la búsqueda de riquezas, poder, reconocimiento y placeres
sensuales, solo para descubrir que estas cosas nunca logran llenar el vacío que
solo Dios puede ocupar y lo más tremendo es que millones mueren sin aceptar a
Dios y la Salvación por su falta de fe e incredulidad.
En tercer lugar, la incredulidad conduce a la ansiedad y al temor ante
el futuro. Al no confiar en la providencia divina, el hombre se siente solo y
desamparado frente a las incertidumbres de la vida. El miedo a la enfermedad, a
la pérdida, a la muerte, se convierte en una carga pesada que oprime el corazón
y oscurece la esperanza llevando a las personas a andar por los malos caminos y
a perder su alma en condenación eterna.
En cuarto lugar, una humanidad sin temor de Dios tiende a la división, al
conflicto y a la maldad. Cuando no hay un reconocimiento de que todos somos
creados a imagen de Dios y que debemos amarnos los unos a los otros, el egoísmo
y la ambición desmedida toman el control. Las guerras, la violencia, la
discriminación y la opresión son el fruto amargo de un corazón que se ha
alejado de su Creador.
Ustedes ya saben a dónde voy, y saben también el camino que deben tomar.
… Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi Padre. Y desde ahora lo
conocen, porque lo están viendo. Entonces Felipe le dijo: —Señor, déjanos ver
al Padre. Eso es todo lo que necesitamos. Jesús le contestó: —Felipe, ya hace
mucho tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? El que me ha
visto a mí, también ha visto al Padre. ¿Por qué me dices “Déjanos ver al Padre”?
¿No crees que yo y el Padre somos uno? Y a los discípulos les dijo: —Lo que les
he dicho, no lo dije por mi propia cuenta. Yo sólo hago lo que el Padre quiere
que haga. Él hace sus propias obras por medio de mí. Créanme cuando les digo
que mi Padre y yo somos uno solo. Y si no, al menos crean en mí por lo que
hago. Les aseguro que el que confía en mí hará lo mismo que yo hago. Y, como yo
voy a donde está mi Padre, ustedes harán cosas todavía mayores de las que yo he
hecho. (TLA Jn 14:4,7-12)
La Palabra de Dios nos ofrece un camino de regreso, una oportunidad para
restaurar el temor reverencial y la fe genuina en nuestros corazones. Este
camino comienza con el reconocimiento de nuestra necesidad de Dios, con la
humildad de admitir que no podemos vivir plenamente separados de Él. Es necesario
abrir nuestros ojos a la grandeza de su creación, a la maravilla de su plan
redentor manifestado en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Es
fundamental dedicar tiempo a conocer su Palabra, a meditar en sus enseñanzas y
a permitir que transformen nuestra manera de pensar y de vivir.
Pero Dios respondió: «Habitantes de Israel y de Judá: ¿qué voy a hacer
con ustedes?, ¿cómo debo tratarlos? Ustedes dicen que me aman, pero su amor es
como la niebla y como el rocío de la mañana: ¡muy pronto desaparece! Por eso el
mensaje que les di por medio de mis profetas, fue como un rayo destructor que
les trajo la muerte. Ustedes me traen ofrendas, pero eso no es lo que quiero.
Lo que quiero es que me amen y que me reconozcan como su Dios. (TLA Os 6:4-6)
Ama a tu Dios con todo lo que piensas, con todo lo que eres y con todo
lo que vales. Apréndete de memoria todas las enseñanzas que hoy te he dado, y
repítelas a tus hijos a todas horas y en todo lugar: cuando estés en tu casa o
en el camino, y cuando te levantes o cuando te acuestes. Escríbelas en tiras de
cuero y átalas a tu brazo, y cuélgalas en tu frente. Escríbelas en la puerta de
tu casa y en los portones de tu ciudad. (TLA Dt 6:5-9)
—Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de todos? Jesús le
respondió: —El primer mandamiento, y el más importante, es el que dice así:
“Ama a tu Dios con todo lo que piensas y con todo lo que eres.” Y el segundo
mandamiento en importancia es parecido a ése, y dice así: “Cada uno debe amar a
su prójimo como se ama a sí mismo.” Toda la enseñanza de la Biblia se basa en
estos dos mandamientos. (TLA Mt 22:36-40)
Ustedes demostrarán que me aman, si cumplen mis mandamientos. (TLA Jn 14:15)
Si creemos que Jesús es el Mesías, en verdad seremos hijos de Dios. Y
recordemos que, si amamos al Padre, también debemos amar a los hijos de ese mismo
Padre. Y sabemos que amamos a Dios y obedecemos sus mandamientos, cuando
también amamos a los hijos de Dios. Nosotros demostramos que amamos a Dios
cuando obedecemos sus mandamientos; y obedecerlos no es difícil. En realidad,
todo el que es hijo de Dios vence lo malo de este mundo, y todo el que confía
en Jesucristo obtiene la victoria. El que cree que Jesús es el Hijo de Dios,
vence al mundo y a su maldad. (TLA 1Jn 5:1-5)
Necesitamos amar a Dios y eso depende del temor de Dios en nuestros
corazones, que no es un castigo, sino una protección. Nos guarda de caer en la
arrogancia y la autosuficiencia, nos guía por senderos de justicia y nos
asegura una relación íntima con nuestro Padre celestial. La fe, por su parte,
nos conecta con el poder de Dios, nos da la paz que sobrepasa todo
entendimiento y nos abre las puertas a una vida eterna junto a Él.
No debemos endurecer nuestros corazones, no debemos permitir que la
soberbia y la indiferencia los alejen del amor infinito de Dios; abramos nuestros
corazones y nuestras vidas a su luz, a su verdad y a su gracia, caminemos
juntos en temor reverencial y en fe viva, para que podamos experimentar la
plenitud de la vida que Dios nos ofrece en Jesucristo nuestro Señor con la
ayuda del Espíritu Santo.
Pero tengamos en cuenta lo siguiente, ¿Cuáles
son las consecuencias de esta falta de fe que Jesús nos advierte?
En primer lugar, nos desconecta de la fuente misma de la vida y la paz.
La fe es el puente que nos une a Dios, el canal por el cual fluye su gracia y
su amor incondicional. Cuando la fe se debilita, ese puente se tambalea, y nos
encontramos aislados, vulnerables a las corrientes del mundo.
En segundo lugar, la falta de fe nos impide experimentar el poder
transformador de Dios en nuestras vidas. Jesús mismo dijo que todo es posible
para el que cree. Cuando dudamos, limitamos la capacidad de Dios para obrar
milagros en nosotros y a través de nosotros. Nos conformamos con una existencia
mediocre, cuando estamos llamados a una vida abundante en Cristo.
En tercer lugar, una humanidad sin fe se vuelve presa fácil de la
desesperanza y la división. Sin la certeza de un propósito trascendente, sin la
esperanza de una vida eterna, el ser humano se pierde en la búsqueda egoísta de
la satisfacción inmediata. Las relaciones se fracturan, la solidaridad se
desvanece, y el individualismo egoísta reinando.
No podemos permitir que las preocupaciones del mundo ahoguen la voz de
Dios en nuestro interior. No podemos dejar que la incredulidad nos paralice e
impida que experimentemos la plenitud de su gracia. La fe no es un salto al
vacío, sino una firme confianza en el carácter inmutable de Dios, en sus
promesas fieles y en su amor eterno.
La fe es la confianza de que en verdad sucederá lo que esperamos; es lo
que nos da la certeza de las cosas que no podemos ver. De hecho, sin fe es imposible
agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y
que él recompensa a los que lo buscan con
sinceridad. (NTV Heb 11:1,6)
Así que, en este día, renovemos nuestro compromiso con la fe. Pidamos a
Dios que la aumente en nosotros, que nos dé la gracia de creer aún cuando no
veamos, de confiar aún en medio de la incertidumbre, de poner nuestra esperanza
contra esperanza aún en medio de todas las circunstancias adversas que estemos
viviendo. Que cuando el Hijo del Hombre venga nos encuentre velando en oración,
firmes en la fe, con nuestros corazones llenos de esperanza y amor. Que nuestra
vida sea un testimonio vivo de que, a pesar de los desafíos y las
tribulaciones, la fe en Jesucristo sigue siendo la fuerza más poderosa en la
tierra.
Que todo el mundo vea que son considerados en todo lo que hacen.
Recuerden que el Señor vuelve pronto. No se preocupen por nada; en cambio, oren
por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha
hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos
entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo
Jesús. (NTV Flp 4:5-7)
Debemos ver la importancia de la perseverancia, de permanecer firmes en el camino de Dios, ya que es necesaria para mantener la salvación y el objetivo de llegar a estar por siempre con Dios el Padre Celestial, hasta que seamos llamados a su presencia a dar cuentas, hasta el último momento de nuestra existencia en esta tierra. Sólo en dependencia y reconocimiento de nuestra necesidad de la vida de Dios en nosotros podremos ver el inmenso amor de quien nos creó. Bendiciones.