Porque
para Dios no hay acepción de personas. Todos los que sin la Ley han pecado, sin
la Ley también perecerán; y todos los que bajo la Ley han pecado, por la Ley
serán juzgados, pues no son los oidores de la Ley los justos ante Dios, sino
que los que obedecen la Ley serán justificados. Cuando los gentiles que no
tienen la Ley hacen por naturaleza lo que es de la Ley, estos, aunque no tengan
la Ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la Ley escrita en sus
corazones, dando testimonio su conciencia y acusándolos o defendiéndolos sus
razonamientos en el día en que Dios juzgará por medio de Jesucristo los
secretos de los hombres, conforme a mi evangelio. (RV'95 Ro 2:11-16)
Veamos la definición de CONCIENCIA: Facultad común a toda la raza humana que nos permite discernir entre el
bien y el mal y nos impulsa a escoger entre los dos. Tanto la naturaleza como
la Biblia enseñan que la conciencia opera en todo nuestro ser en relación con
los problemas de carácter moral. La conciencia es uno de los aspectos de
nuestra semejanza a Dios y prueba que somos responsables ante el tribunal del
Creador.
Esta
palabra se traduce del griego sy·néi·de·sis, de syn (con) y éi·de·sis
(conocimiento), de modo que significa co-conocimiento, o conocimiento con uno
mismo. La conciencia es la capacidad de la persona de mirarse a sí misma y
enjuiciarse, de darse testimonio a sí misma.
El
apóstol Pablo expresa el funcionamiento de su conciencia de la siguiente
manera: Como cristiano que soy, digo la
verdad. No miento, y mi conciencia, bajo la guía del Espíritu Santo, me asegura
que es verdad lo que digo. (AF Ro 9:1)
La
conciencia es inherente al ser humano; Dios la hizo parte de la persona. Es un
sentido interno de lo correcto y lo incorrecto, sentido que excusa o acusa al
individuo. Siendo así, la conciencia dicta juicio. Los pensamientos y las
acciones, las creencias y las reglas que el estudio y la experiencia implantan
en la mente humana también pueden educarla. La conciencia compara este
conocimiento con la acción que se emprende o que se piensa emprender, y da una
advertencia cuando las normas de la persona entran en conflicto con la acción
que piensa llevar a cabo, a menos que violaciones continuas de sus advertencias
la hayan “cauterizado” o insensibilizado. La conciencia puede ser un mecanismo
moral de seguridad, ya que da satisfacción o le hace sentir dolor por el
comportamiento bueno o malo de la persona.
El
hombre ha tenido una conciencia desde el mismo principio. Adán y Eva así lo
mostraron, pues se escondieron tan pronto como quebrantaron la ley de Dios. Esta
facultad pasó de Adán y Eva a toda la humanidad. Muchas leyes de las naciones
están en armonía con la conciencia cristiana, aunque es posible que el
cristianismo no haya influido en manera alguna en tales naciones y
legisladores. Las leyes se promulgaron según los dictados de sus propias
conciencias. Todas las personas tienen la facultad de la conciencia, y es a
esta a la que los cristianos apelan por su predicación y su modo de vivir.
Más
bien, hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace a escondidas; no
actuamos con engaño ni torcemos la palabra de Dios. Al contrario, mediante la
clara exposición de la verdad, nos recomendamos a toda conciencia humana en la
presencia de Dios. (NVI 2 Co 4:2)
La
conciencia puede convertirse en una guía insegura, y como tal, puede
engañarnos, a menos que se la eduque según normas justas, de acuerdo con la
verdad. El ambiente, las costumbres, la adoración y los hábitos pueden educar
erróneamente la conciencia. Al amparo de estas normas o valores erróneos, la
conciencia podría equivocarse al juzgar lo correcto o incorrecto de un asunto.
Todo
esto les he dicho para que no flaquee su fe. Los expulsarán de las sinagogas; y
hasta viene el día en que cualquiera que los mate pensará que le está prestando
un servicio a Dios. Actuarán de este modo porque no nos han conocido ni al
Padre ni a mí. Y les digo esto para que cuando llegue ese día se acuerden de
que ya se lo había advertido. Sin embargo, no les dije esto al principio porque
yo estaba con ustedes. (NVI Jn 16:1-4)
Un
ejemplo que lo ilustra aparece en Juan 16:1-4,
donde Jesús predijo que los hombres matarían incluso a los siervos de Dios
pensando que le estaban rindiendo un servicio. Saulo (más tarde el apóstol
Pablo) partió con propósitos criminales contra los discípulos de Cristo,
convencido de que estaba sirviendo a Dios con celo. (Hch 9:1; Gál 1:13-16) Los judíos, notablemente extraviados, lucharon contra Dios debido a su
falta de aprecio por Su Palabra. (Ro 10:2, 3; Os 4:1-3; Hch 5:39, 40) Tan solo una conciencia educada de manera adecuada por la Palabra de
Dios puede evaluar y rectificar con corrección los asuntos de la vida. (2Ti 3:16; Heb 4:12) Para este fin hemos de tener normas rectas y estables: las normas de
Dios.
La Buena conciencia. La persona debe acercarse a Dios con una conciencia limpia. (Heb 10:22). El cristiano ha de esforzarse constantemente por mantener una conciencia
honrada en todas las cosas. (Heb 13:18). Cuando Pablo declaró: “Me ejercito continuamente para tener conciencia de
no haber cometido ofensa contra Dios ni contra los hombres” (Hch 24:16), quiso decir que continuamente dirigía y corregía su derrotero en la
vida de acuerdo con la Palabra de Dios y las enseñanzas de Cristo, porque a la
postre el juez definitivo es Dios, no su propia conciencia. (1Co 4:4). No obstante, el proceder según una conciencia educada bíblicamente puede
resultar en persecución, pero Pedro aconseja de manera confortadora: “Porque si alguno, por motivo de conciencia para
con Dios, sobrelleva cosas penosas y sufre injustamente, esto es algo que
agrada”. (1Pe 2:19.) El
cristiano debe “[tener] una buena conciencia” frente a la oposición. (1Pe 3:16.)
La
Ley y sus sacrificios de animales no podían perfeccionar a una persona de tal
modo que su conciencia la considerase libre de culpa. No obstante, aquellos que
ponen fe en la aplicación del sacrificio de Cristo pueden llegar a tener una
conciencia limpia. (Heb 9:9,14). Pedro indica que para conseguir la salvación hay que tener una
conciencia buena, limpia y recta. (1Pe 3:21).
Consideración por la conciencia de los demás. En vista de que la conciencia debe ser educada de manera completa y
exacta por la Palabra de Dios para que pueda hacer evaluaciones correctas, una
conciencia no educada puede ser débil, es decir, puede ser suprimida fácil e
imprudentemente, o a la persona pueden ofenderla las acciones o palabras de
otros, incluso en ocasiones en las que no existe ninguna acción incorrecta.
Pablo dio ejemplos relativos al comer y al beber, así como al modo de juzgar
ciertos días. (Ro 14:1-23;
1Co 8:1-13) Al cristiano que tiene conocimiento y una conciencia bien educada se le
manda que sea considerado y tolerante con el que tiene una conciencia débil, y
que no use toda su libertad ni insista en todos sus “derechos” personales para
siempre obrar como le plazca. (Ro 15:1) Aquel que hiere la
conciencia débil de un compañero cristiano está “pecando contra Cristo”. (1Co 8:12).
Pablo
da a entender que así como él no deseaba hacer algo por lo que un hermano débil
se ofendiera y le juzgara, el débil, por su parte, ha de tener consideración
por su hermano y esforzarse por alcanzar madurez obteniendo más conocimiento e
instrucción, de manera que su conciencia no se ofenda con facilidad y vea de
modo equivocado a los demás. (1Co 10:29, 30; Ro 14:10).
La Mala conciencia. Cuando se desatienden repetidas veces los dictados de la conciencia, se
llega al extremo de contaminarla e insensibilizarla, de modo que ya no provee
advertencias ni guía segura. (Tit 1:15). En tal caso, es el
temor a ser descubierto y al castigo lo que llega a controlar la conducta, más
bien que una buena conciencia. (Ro 13:5). Cuando
Pablo habla de una conciencia que está marcada como por hierro de marcar, da a
entender que sería como la carne cauterizada de una cicatriz, que carece de
terminaciones nerviosas y por lo tanto es insensible. (1Ti 4:2).
Las
personas con una conciencia así no pueden distinguir lo bueno de lo malo. No
aprecian la libertad que Dios les ofrece y se rebelan, de modo que acaban
siendo esclavos de una mala conciencia. Es fácil contaminar la propia
conciencia. El deseo de todo cristiano tiene que ser el que se manifiesta en Hechos 23:1. “Varones, hermanos, yo me he portado delante de
Dios con conciencia perfectamente limpia hasta este día”.
En
cierto sentido la voz de la conciencia pura refleja la voluntad de Dios y
nuestro deber es obedecerla. No obstante, el pecado influye adversamente en la
conciencia y cuando esta se corrompe va perdiendo su sensibilidad moral. Como
todos sufrimos las consecuencias del pecado original, ya no se puede
identificar la voz de la conciencia con la de Dios.
Una
conciencia "buena y limpia" (1Ti 1:5; 1Ti 3:9), rociada con la sangre de Cristo e iluminada por el Espíritu Santo (Rom 9:1), discierne claramente la voluntad de Dios. El hombre, así, debe
procurar "tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los
hombres" (Hch 24:16). Si la gracia de Dios no purifica una conciencia "contaminada o
débil" (1Co 8:7), "corrompida" (Tit 1:15),
"mala" (Heb 10:22) o "cauterizada" (1Ti 4:2),
será una conciencia vengadora e instrumento de espantoso y eterno
remordimiento, como lo demuestra el caso de Judas.
En
la Biblia se usa generalmente en el sentido de la conciencia moral, el
sentimiento del bien y del mal, el conocimiento íntimo de nuestra condición
espiritual (Ro. 2:13-15).
¿Qué significa tener una conciencia cauterizada? Se refiere a cuando una persona se ha vuelto insensible en los asuntos
morales. Pierde la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo. Es decir,
ya no le produce dolor cuando peca, más bien se deleita al cometer una falta o
cuando ve a otros cometerla.
¿Por qué sucede esto? Por el mismo hecho de vivir en el mundo que habitamos, corremos el
peligro de seguir sus propias costumbres. Si uno no se maneja bajo principios
morales, establecidos por Dios, es muy probable que sea arrastrado por las
corrientes de este mundo; dando como resultado una conciencia cauterizada.
Cuando
olvidamos imitar el carácter de Cristo empezamos a ceder a la iniquidad del
mundo. Es muy fácil pasar la línea de lo que es correcto a lo equivocado; y si
no comprendemos lo que implica el pecado y el daño que produce, fácilmente
cederemos a él. No somos personas infalibles, tenemos debilidades que debemos
identificarlas para luchar contra ellas. De esa manera nuestra conciencia no
podrá cauterizarse.
La conciencia se cauteriza sin darnos cuenta. La corriente del mundo nos arrastra sutilmente. Por ejemplo. ¿Qué
programas se transmiten en los medios, ya sean los tradicionales o en el
internet? ¿Son buenos? ¿Fortalecen nuestros principios cristianos? Seguramente
hay programas muy buenos, pero en su mayoría te llevan a la inmoralidad, a
homicidios y a la maldad en general.
Si
bien, viendo esas cosas, uno no está cometiendo el pecado en sí, se está
deleitando al ver a otros incurrir tales crímenes. ¿De qué manera nos edifica
ver esos programas? En nada, más bien poco a poco nuestra conciencia se va
cauterizando.
La
violencia se ha convertido en algo normal en nuestros días. La inmoralidad se
introduce en nuestra mente de tal manera que si no renunciamos a ese pecado,
este crecerá y tarde o temprano empezará a dar frutos. Seamos sabios en lo que
nuestros sentidos perciben.
No
permitamos que el sistema de este mundo empiece a moldearnos conforme a sus
propias normas. Mantengámonos atentos y firmes en los principios de Dios. Estén
alerta, permanezcan firmes en la fe, sean valientes, sean fuertes.
Bendiciones.
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