Mateo
9:35-38. Traducción en lenguaje actual (TLA). Jesús tiene compasión de la
gente. Jesús recorría todos los pueblos y las ciudades. Enseñaba
en las sinagogas, anunciaba las buenas noticias del reino de Dios, y sanaba a
la gente que sufría de dolores y de enfermedades. Y al ver la gran cantidad de
gente que lo seguía, Jesús sintió mucha compasión, porque vio que era gente
confundida, que no tenía quien la defendiera. ¡Parecían un rebaño de ovejas sin
pastor! Jesús les dijo a sus discípulos: «Son muchos los que necesitan entrar
al reino de Dios, pero son muy pocos los discípulos para anunciarles las buenas
noticias. Por eso, pídanle a Dios que envíe más
Veamos la
definición de compasión, misericordia: - verbo rajam (µj'r;, 7355) -, «tener compasión, ser misericordioso, sentir
lástima». Las palabras que se derivan de esta raíz se encuentran 125 veces en
todas partes del Antiguo Testamento. El radical también se halla en asirio,
acádico, etiópico y arameo. Una vez el verbo se traduce «amor»: «Te amo, oh Jehová»
(Salmos 18:1. Traducción en lenguaje actual (TLA). ¡Dios mío, yo te amo porque tú me das fuerzas!).
Rajam también se encuentra en la promesa que Dios
hace a Moisés de declararle su nombre: «Yo
haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová
delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré
clemente para con el que seré clemente» (Éxodo 33:19.
RVR60). Por
eso oramos: «Acuérdate, oh Jehová, de tus
piedades y de tus misericordias, que son perpetuas» (Salmo 25:6. RVR60); y también Isaías profetiza la restauración mesiánica: «Con gran compasión te recogeré, pero con misericordia
eterna me compadeceré de ti, dice tu Redentor Jehovah» (Isaías 54:7-8.
RVA).
En la Biblia es una cualidad divina y a la vez
humana y este vocablo es traducción de los vocablos hebreo hµmal y rahméÆm, que también se traducen “piedad”, “perdonar”,
“apiadar”, “misericordia”, etc., de manera que compasión, piedad, y
misericordia pueden considerarse como sinónimos. En el Nuevo Testamento los
vocablos más frecuentes en griego son eleeoµ (y cognados), traducido “tener compasión”,
“tener misericordia”, y eleos, que siempre se traduce “misericordia”. oikteiroµ aparece dos
veces y se traduce “tener misericordia”, y oiktirmoµn tres veces con el significado
“misericordioso” y “compasivo”.
Los profetas y otros hombres de Dios eran
profundamente conscientes de la maravilla de la misericordia de Dios para con
los hombres pecadores. Enseñaban que cualquiera que hubiese experimentado esto
se sentiría obligado a tener compasión de sus semejantes, en especial del
“huérfano, la viuda, y el extranjero” (frecuentemente
mencionados juntos, como en Deuteronomio 10:18; 14:29; 16:11; 24:19; Jeremías
22:3, etc.), y también de
aquellos que se encuentran en la pobreza o sufriendo aflicción (Salmo 146:9; Job 6:14; Proverbios 19:17; Zacarías 7:9–10; Miqueas 6:8). No cabe duda, según las frecuentes
referencias en Deuteronomio, que Dios esperaba que su pueblo mostrase compasión
no solamente el uno para con el otro, sino también a los extranjeros que vivían
entre ellos. En las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, especialmente en la
parábola del buen samaritano (Lucas 10), se ve claramente que la compasión han de
demostrarla sus discípulos hacia cualquiera que necesite de su ayuda. Ha de ser
semejante a la de él, no solamente al no hacer diferencias entre personas, sino
también en que se expresará en acciones (1 Juan 3:17)
que incluso
pueden representar un sacrificio personal.
El hombre no fue creado para el dolor, la enfermedad
y la muerte, sino para ser feliz y vivir una vida radiante y no hay felicidad
plena sin libertad, de manera que para que el hombre fuera el ser libre y
dichoso que Dios había previsto, puso en marcha un proceso de recuperación de
la criatura caída, el plan del salvación a través del obra expiatoria del Señor
Jesucristo, el eterno Hijo de Dios hecho hombre, fue precisamente la respuesta
a la necesidad del ser humano para lograr la plenitud hacia el que apuntaba el
propósito del Creador y que es ser semejantes a su Hijo Jesucristo.
Nuestro
Señor Jesucristo vino para redimir al hombre del pecado y de la muerte, vino para
asumir su dolor, su extravío, y su condenación, pero cuando marchaba hacia la
cruz en la que realizaría la obra de la redención, no pudo sustraerse de sufrir
con los hombres todo el dolor que la miserable condición de su humanidad les
infligía; nuestro Salvador tomó todos nuestros sufrimientos, nuestros dolores y
nuestros pecados en sí mismo entregando su vida por amor en aquella cruz y
comprándonos a precio su poderosa y santa sangre para que podamos tener vida
eterna y estar cón el Padre Celestial por la eternidad.
Isaías 61:1-3.
Traducción en lenguaje actual (TLA). Anuncio de la salvación a Israel. El fiel
servidor de Dios dijo: «El espíritu de Dios está sobre mí, porque Dios me
eligió y me envió para dar buenas noticias a los pobres, para consolar a los
afligidos, y para anunciarles a los prisioneros que pronto van a quedar en
libertad» Dios también me envió para anunciar: “Éste es el tiempo que Dios
eligió para darnos salvación, y para vengarse de nuestros enemigos”» Dios
también me envió para consolar a los tristes, para cambiar su derrota en
victoria, y su tristeza en un canto de alabanza» Entonces los llamarán: “Robles
victoriosos, plantados por Dios para manifestar su poder”.
El capítulo
9 llega
a su fin con esta conmemorable escena donde se deja ver la gran compasión de
nuestro Señor y Dios Jesucristo. El versículo 35 de este capítulo nos presenta un resumen de lo que nuestro
Señor ha venido haciendo desde que inició su ministerio así como describe su
triple función: predicar, enseñar y sanar: Recorría Jesús todas las ciudades y
aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del
reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Mateo nos
recalca lo incansable que era su misión al recorrer todas las ciudades y aldeas.
Lucas 4:1-21.
Traducción en lenguaje actual (TLA). Jesús vence al diablo. El Espíritu de Dios llenó a Jesús con su poder. Y cuando
Jesús se alejó del río Jordán, el Espíritu lo guió al desierto. Allí, durante
cuarenta días, el diablo trató de hacerlo caer en sus trampas, y en todo ese
tiempo Jesús no comió nada. Cuando pasaron los cuarenta días, Jesús sintió
hambre. Entonces el diablo le dijo: —Si en verdad eres el Hijo de Dios, ordena
que estas piedras se conviertan en pan. Jesús le contestó: —La Biblia dice: “No
sólo de pan vive la gente”.
Después
el diablo llevó a Jesús a un lugar alto. Desde allí, en un momento, le mostró
todos los países más ricos y poderosos del mundo, y le dijo: —Todos estos
países me los dieron a mí, y puedo dárselos a quien yo quiera. Yo te haré dueño
de todos ellos, si te arrodillas delante de mí y me adoras.
Jesús
le respondió: —La Biblia dice: “Adoren a Dios, y obedézcanlo sólo a él.”
Finalmente, el diablo llevó a Jesús a la ciudad de Jerusalén, hasta la parte
más alta del templo, y allí le dijo: —Si en verdad eres el Hijo de Dios, tírate
desde aquí, pues la Biblia dice: “Dios mandará a sus ángeles para que te
cuiden. Ellos te sostendrán, para que no te lastimes los pies contra ninguna
piedra.”
Jesús
le contestó: —La Biblia también dice: “Nunca trates de hacer caer a Dios en una
trampa.” El diablo le puso a Jesús todas las trampas posibles, y como ya no
encontró más qué decir, se alejó de él por algún tiempo.
Jesús
comienza su trabajo. Jesús regresó a la región de
Galilea lleno del poder del Espíritu de Dios. Iba de lugar en lugar enseñando
en las sinagogas, y toda la gente hablaba bien de él. Y así Jesús pronto llegó
a ser muy conocido en toda la región. Después volvió a Nazaret, el pueblo donde
había crecido.
Un
sábado, como era su costumbre, fue a la sinagoga. Cuando se levantó a leer, le
dieron el libro del profeta Isaías. Jesús lo abrió y leyó: «El Espíritu de Dios
está sobre mí, porque me eligió y me envió para dar buenas noticias a los
pobres, para anunciar libertad a los prisioneros, para devolverles la vista a
los ciegos, para rescatar a los que son maltratados y para anunciar a todos
que: “¡Éste es el tiempo que Dios eligió para darnos salvación!”»
Jesús
cerró el libro, lo devolvió al encargado y se sentó. Todos los que estaban en
la sinagoga se quedaron mirándolo. Entonces Jesús les dijo: «Hoy se ha cumplido
ante ustedes esto que he leído.»
De repente la ardua tarea de liberación de
Jesucristo se interrumpe cuando visualiza a una gran multitud que poseía
diferentes necesidades. Podemos imaginarnos las incontables personas que
recibieron alivio de sus azotes, cuántos de ellos habían sido sanados de
diferentes enfermedades, otros habían sido liberados de espíritus malignos y
muchos otras habían recibido la palabra de Dios directamente de los labios del
Gran Maestro recibiendo alivio para sus cansadas y sedientas almas. Pero ahora
aquí lo vemos contemplando a una gran cantidad de personas que venían a Él
esperando un toque divino.
La palabra griega que la RVR60 traduce como
multitudes es ójlos (ὄχλος) y
se utilizaba para denotar un gran numero incontable de personas. Posiblemente
Jesús se encontraba en una colina donde podía visualiza a esta gran multitud. Mateo dice que
cuando los vio sintió compasión por ellas. En este texto la palabra
griega de donde se traduce compasión es splanjnídsomai
(σπλαγχνίζομαι) la cual
literalmente significa “se le movieron las entrañas”. Así de grande es la compasión de Jesús que
incluso sus entrañas se movieron al ver la condición terrible de aquellas
personas. En muchas ocasiones leemos como Jesús tuvo una y otra vez compasión
de las personas (Mateo 9:36; 14:14; 15:32; 20:34; Marcos1:41; Lucas
7:13) y hasta el
momento lo sigue teniendo por cada uno de nosotros. Su enorme misericordia es
una característica que identifica el ministerio de nuestro Señor.
Jesús tuvo compasión de ellas porque las vio
desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Por un lado estas
palabras denotan la gran necesidad física y espiritual que distinguían a estas
personas. Además de esto también se ve la necesidad que estas tenían de un
pastor que las guiara y protegiera. No es la primera vez que aparece la figura
de la oveja sin pastor en la Biblia.
En el Antiguo Testamento se presenta en varias
partes la figura de las ovejas sin pastor (Números
27:17; 1 Reyes 22:17; Zacarías 10:2) y en Ezequiel 34 Dios reprende al
liderazgo judío por descuidar al pueblo al cual los compara como ovejas sin
pastor. Se esperaba que los líderes religiosos llevaran al descanso a las almas
abatidas por el pecado en Israel por medio de mostrarles el camino de Dios; sin
embargo, no fue así, antes eran vistos como sucios pecadores a los cuales ni
siquiera se les querían acercar, y en lugar de practicar la justicia y
misericordia, las cargaban con una serie de tradiciones y cargas religiosas que
los arrastraban más al infierno, por ello Jesús tuvo compasión de ellas.
La gran
necesidad de obreros
Mateo
9:37-38. Traducción en lenguaje actual (TLA). Jesús les dijo a
sus discípulos: «Son muchos los que necesitan entrar al reino de Dios, pero son
muy pocos los discípulos para anunciarles las buenas noticias. Por eso, pídanle
a Dios que envíe más discípulos, para que compartan las buenas noticias con
toda esa gente.»
Estos versículos reflejan una gran necesidad que
hasta el día de hoy continúa permaneciendo: La necesidad de obreros calificados
para la obra de Dios. La necesidad mostrada por las almas agobiadas y la falta
de líderes que les dirigiesen a los caminos de salvación hizo que se dirigiera
a sus discípulos y les dijera: A la verdad la mies es mucha, más los obreros
pocos. Desde siempre la necesidad de hombres y mujeres dispuestos a guiar a su
pueblo ha sido un factor común. Desde que el Señor libero a su pueblo Israel de
Egipto y lo introdujo en la tierra que les había prometido la necesidad de un
guía espiritual ha sido clave.
Durante el ministerio de Moisés y Josué, Israel tuvo
un líder que los pastoreo de acuerdo a su voluntad; pero muertos estos, la
nación tuvo muy pocos que se interesaron en mostrarles el camino de vida. Basta
ver la historia de este pueblo a través del Antiguo Testamento para corroborar
este hecho. Por ejemplo, después de la muerte de Josué el pueblo rápidamente se
perdió y se volvió a los ídolos por lo que Dios constantemente los disciplinaba
levantando una nación que los escarmentara. En este periodo encontramos a los
jueces que ayudaron a Israel en este tiempo difícil, pero muerto el juez, la
nación volvía a perderse. En el tiempo de los reyes podemos encontrar muy pocos
que guiaron a Israel por el buen camino, generalmente la moral se fue
degradando hasta terminar en la deportación a Babilonia.
Hoy en día la necesidad de obreros es grande, la
necesidad de predicar a Cristo es inmensa pero muy pocas personas están
dispuestas a esforzarse por llevar este mensaje hasta las almas necesitadas. A
lo mejor estamos rodeados por religiosos o mercenarios del evangelio que lo
único que buscan es su propio provecho, otros quizás permanecen indiferentes
ante la necesidad, solo les importa sus propios intereses y no quieren
complicarse la vida. Pero, ¿qué decisión tomaremos ante este desafío? Nuestro
Señor les dijo a sus discípulos lo que tenían que hacer: Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros
a su mies.
El surgimiento de nuevos obreros requiere oración.
Generalmente, cuando en el Nuevo Testamento se habla de orar a Dios, se utiliza
la palabra proseújomai (προσεύχομαι); pero en este caso, la palabra rogad se
traduce de la palabra déomai (δέομαι) la cual denota una oración que expresa un ruego
de una alma en gran angustia. Nuestras oraciones nunca serán iguales, todo
depende de lo que estemos pidiendo y la necesidad que tengamos. No es lo mismo
orar por los alimentos que orar por un familiar que está agonizando. No es lo
mismo orar por algún proyecto que hacerlo cuando nuestra vida depende de ello.
Muchas oraciones tal vez no denotan gran angustia en nuestra vida, pero otras
nos impulsan a que derramemos lágrimas y grandes ruegos por recibir nuestra
petición. Jesús les decía a sus discípulos que era necesario rogar,
clamar con lágrimas y gran fervor a Dios el milagro que levante obreros comprometidos,
dispuestos a pagar el precio del servicio y que sepan guiar a su pueblo por el
camino de santidad. Esto debe ser una prioridad en nuestra vida, ya que hasta
el momento sigue siendo una realidad en nuestro tiempo: A la verdad la mies es
mucha, más los obreros pocos.
Nuestro Señor Jesucristo mostró su compasión cuando
estuvo aquí en la tierra hacia muchas personas y lo sigue haciendo todavía, al
ser nuestro sumo sacerdote. Nosotros como hijos y seguidores de Dios, debemos
mostrar esta misma compasión hacia los que están perdido en sus pecados, al predicarles
el evangelio, también por aquellos que tienen necesidades materiales, al
ayudarles en sus necesidades, lo mismo por aquellos que nos ofenden, al
perdonar sus pecados. Demostremos que tan compasivos somos con nuestro prójimo.
Lucas 10:25-31.
Traducción en lenguaje actual (TLA). El buen samaritano: un extranjero compasivo. Un maestro de la Ley se acercó para ver si Jesús podía
responder a una pregunta difícil, y le dijo: — Maestro, ¿qué debo hacer para
tener la vida eterna? Jesús le respondió: — ¿Sabes lo que dicen los libros de
la Ley? El maestro de la Ley respondió: — “Ama a tu Dios con todo lo que
piensas, con todo lo que vales y con todo lo que eres, y cada uno debe amar a
su prójimo como se ama a sí mismo.” ¡Muy bien! — respondió Jesús —. Haz todo
eso y tendrás la vida eterna.
Pero el maestro de la Ley no quedó
satisfecho con la respuesta de Jesús, así que insistió: — ¿Y quién es mi
prójimo? Entonces Jesús le puso este ejemplo: «Un día, un hombre iba de
Jerusalén a Jericó. En el camino lo asaltaron unos ladrones y, después de
golpearlo, le robaron todo lo que llevaba y lo dejaron medio muerto» Por
casualidad, por el mismo camino pasaba un sacerdote judío. Al ver a aquel
hombre, el sacerdote se hizo a un lado y siguió su camino. Luego pasó por ese
lugar otro judío, que ayudaba en el culto del templo; cuando este otro vio al
hombre, se hizo a un lado y siguió su camino» Pero también pasó por allí un
extranjero, de la región de Samaria, y al ver a aquel hombre tirado en el
suelo, le tuvo compasión. 34 Se acercó, sanó sus heridas con vino y aceite, y
le puso vendas. Lo subió sobre su burro, lo llevó a un pequeño hotel y allí lo
cuidó»
Al día siguiente, el extranjero le
dio dinero al encargado de la posada y le dijo: “Cuídeme bien a este hombre. Si
el dinero que le dejo no alcanza para todos los gastos, a mi regreso yo le
pagaré lo que falte.”» Jesús terminó el relato y le dijo al maestro de la Ley: —
A ver, dime. De los tres hombres que pasaron por el camino, ¿cuál fue el
prójimo del que fue maltratado por los ladrones? — El que se preocupó por él y
lo cuidó — contestó el maestro de la Ley. Jesús entonces le dijo: — Anda y haz
tú lo mismo.
La
compasión es el principio fundamental ético de las relaciones de uno con otras
personas y con todos los seres vivientes. Éste es el principal aspecto del amor
en la Tierra y el primer criterio según el cual Dios decide: permitir a una
persona acercarse a Él o no. El causar daño injustificado a las personas o a
otros seres nunca puede tener justificación ante los ojos de Dios. Pero ¿qué es
causar daño justificado entonces? La venganza no puede ser justificada: es una
reacción egocéntrica de mi «yo» ofendido, que no debe existir.
Por
lo general, la capacidad de conmovernos ante las circunstancias que afectan a
los demás se pierde progresivamente, parecería ser que la compasión sólo se
tiene por momentos aleatorios. En este sentido, recuperar esa sensibilidad
requiere acciones inmediatas para lograr una mejor calidad de vida en nuestra
sociedad.
La
compasión supone una manera de sentir y compartir, participando de los tropiezos
materiales, personales y espirituales que atraviesan los demás, con el interés
y la decisión de emprender acciones que les faciliten y los ayuden a superar
estos problemas. Los problemas y las desgracias suceden a diario: las fuerzas
naturales, la violencia entre los hombres y los accidentes. La compasión, en
estos casos tan lamentables, nos lleva a realizar campañas, colectas o prestar
servicios para ayudar en las labores humanitarias.
Sin
embargo, no debemos confundir compasión con lástima, ya que no son lo mismo. En
este sentido, podemos observar las desgracias muchas veces como algo sin
remedio y sentimos escalofrío al pensar que sería de nosotros en esa situación,
sin hacer nada, en todo caso, pronunciamos unas cuantas palabras para aparentar
condolencia. Por otra parte, la indiferencia envuelve paulatinamente a los
seres humanos, los contratiempos ajenos parecen distantes, y mientras no seamos
los afectados, todo parece marchar bien. Este desinterés por los demás, se
solidifica y nos hace indolentes, egoístas y centrados en nuestro propio
bienestar.
No
obstante, aquellas personas que nos rodean necesitan de esa compasión que
comprende, se identifica y se transforma en actitud de servicio. Podemos
descubrir este valor en diversos momentos y circunstancias de nuestra vida,
quizás resulten pequeños, pero cada uno contribuye a elevar de forma significativa
nuestra calidad humana: realizar una visita a un amigo o familiar que ha
sufrido un accidente o padece una grave enfermedad: más que lamentar su estado,
debemos estar pendientes de su recuperación, visitarlo a diario, llevando
alegría y generando un clima agradable.
Si
somos padres, debemos tener una reacción comprensiva ante las faltas de
nuestros hijos, ya sean por inmadurez, descuido o una travesura deliberada.
Reprender, animar y confiar en la promesa de ser la última vez que ocurre. Si
somos profesores, debemos ser conscientes de la edad y las circunstancias
particulares de nuestros alumnos, corrigiendo sin enojo pero con firmeza la
indisciplina, y a su vez, poniendo todos los recursos que se encuentran a
nuestro alcance para ayudar a ese joven con las dificultades en el estudio.
Viviendo
a través de la compasión reafirmamos otros valores: como la generosidad y el
servicio por poner a disposición de los demás el tiempo y recursos personales;
la sencillez porque no se hace distinción entre las personas por su condición;
solidaridad por tomar en sus manos los problemas ajenos haciéndolos propios;
comprensión porque al ponerse en el lugar de otros, descubrimos el valor de la
ayuda desinteresada. Aunque la compasión nace como una profunda convicción de
procurar el bien de nuestros semejantes, debemos crear conciencia y encaminar
nuestros esfuerzos a cultivar este valor tan lleno de oportunidades para
nuestra mejora personal:
Evita
criticar y juzgar las faltas y errores ajenos. Procura comprender que muchas
veces las circunstancias, la falta de formación o de experiencia hacen que las
personas actúen equivocadamente. En consecuencia, no permitas que los demás
"se las arreglen como puedan" y haz lo necesario para ayudarles.
Observa quienes a tu alrededor padecen una necesidad o sufren contratiempos,
determina cómo puedes ayudar y ejecuta tus propósitos.
Centra
tu atención en las personas, en sus necesidades y carencias, sin discriminarlas
por su posición o el grado de efecto que les tengas. Rechaza la tentación de
hacer notar tu participación o esperar cualquier forma de retribución, lo cual
sería soberbia e interés. Visita centros para la atención de enfermos, ancianos
o discapacitados con el firme propósito de llevar medicamentos, alegría,
conversación, y de vez en cuando una golosina. Aprenderás que la compasión te
llevará a ser útil de verdad, lleva siempre en tu corazón una palabra de parte
de Dios.
La
compasión enriquece porque va más allá de los acontecimientos y las
circunstancias, centrándose en descubrir a las personas, sus necesidades y
padecimientos, con una actitud permanente de servicio, ayuda y asistencia,
haciendo a un lado el inútil sentimiento de lástima, la indolencia y el egoísmo,
pon en uso los dones, los talentos y el llamamiento que te ha hecho el Padre
Celestial.
El juicio de
las naciones. Mateo 25:31-46. Traducción en lenguaje actual (TLA). Cuando
yo, el Hijo del hombre, regrese, vendré como un rey poderoso, rodeado de mis
ángeles, y me sentaré en mi trono. Gente de todos los países se presentará
delante de mí, y apartaré a los malos de los buenos, como el pastor que aparta
las cabras de las ovejas. A los buenos los pondré a mi derecha, y a los malos a
mi izquierda. Entonces yo, el Rey, les diré a los buenos: “¡Mi Padre los ha
bendecido! ¡Vengan, participen del reino que mi Padre preparó desde antes de la
creación del mundo! Porque cuando tuve hambre, ustedes me dieron de comer;
cuando tuve sed, me dieron de beber; cuando tuve que salir de mi país, ustedes
me recibieron en su casa; cuando no tuve ropa, ustedes me la dieron; cuando
estuve enfermo, me visitaron; cuando estuve en la cárcel, ustedes fueron a
verme.”
Y
los buenos me preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de
comer? ¿Cuándo tuviste sed y te dimos de beber? ¿Alguna vez tuviste que salir
de tu país y te recibimos en nuestra casa, o te vimos sin ropa y te dimos qué
ponerte? No recordamos que hayas estado enfermo, o en la cárcel, y que te
hayamos visitado.”
Yo,
el Rey, les diré: “Lo que ustedes hicieron para ayudar a una de las personas
menos importantes de este mundo, a quienes yo considero como hermanos, es como
si lo hubieran hecho para mí.”
Luego
les diré a los malvados: “¡Aléjense de mí! Lo único que pueden esperar de Dios
es castigo. Váyanse al fuego que nunca se apaga, al fuego que Dios preparó para
el diablo y sus ayudantes. Porque cuando tuve hambre, ustedes no me dieron de
comer; cuando tuve sed, no me dieron de beber; cuando tuve que salir de mi
país, ustedes no me recibieron en sus casas; cuando no tuve ropa, ustedes
tampoco me dieron qué ponerme; cuando estuve enfermo y en la cárcel, no fueron
a verme.”
Ellos
me responderán: “Señor, nunca te vimos con hambre o con sed. Nunca supimos que
tuviste que salir de tu país, ni te vimos sin ropa. Tampoco supimos que
estuviste enfermo o en la cárcel. Por eso no te ayudamos.”
Entonces
les contestaré: “Como ustedes no ayudaron ni a una de las personas menos
importantes de este mundo, yo considero que tampoco me ayudaron a mí.” Esta
gente malvada recibirá un castigo interminable, pero los que obedecen a Dios
recibirán la vida eterna.
Bendiciones.
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