Nuestro deseo es que cada uno de los mensajes, así como cada uno de los ministerios y recursos enlazados, pueda ayudar como una herramienta al crecimiento, edificación y fortaleza de cada creyente dentro de la iglesia de Jesucristo en las naciones y ser un práctico instrumento dentro de los planes y propósitos de Dios para la humanidad. Cada mensaje tiene el propósito de dejar una enseñanza basada en la doctrina bíblica, de dar una voz de aliento, de edificar las vidas; además de que pueda ser adaptado por quien desee para enseñanzas en células o grupos de enseñanza evangelísticos, escuela dominical, en evangelismo personal, en consejería o en reuniones y servicios de iglesias.

La vida nueva°


La nueva vida en Cristo nos imparte la naturaleza divina de Dios por su Espíritu Santo en nuestros corazones, haciéndonos parte de la familia celestial; por lo tanto nos es dada una nueva identidad como hijos de Dios, como herederos de Dios y coherederos con Cristo en los lugares celestiales. Somos ciudadanos de la Nueva Jerusalén, la patria celestial, que nos espera para estar en la presencia de Dios Padre, el Creador de todo lo que existe por la gracia divina.

En este capítulo de la carta a los Romanos 8 veremos la obra de  la santificación, la seguridad, y la adopción de Dios para cada persona que ha creído en el Señor Jesucristo como Señor y Salvador; también veremos la nueva provisión de Dios para nuestra santificación.

Romanos 8:1-11. Traducción en lenguaje actual (TLA). El Espíritu de Dios nos da vida eterna: La victoria del Espíritu Santo sobre el pecado y la muerte. Por lo tanto, los que vivimos unidos a Jesucristo no seremos castigados. Ahora, por estar unidos a él, el Espíritu Santo nos controla y nos da vida, y nos ha librado del pecado y de la muerte. Dios ha hecho lo que la ley de Moisés no era capaz de hacer, ni podría haber hecho, porque nadie puede controlar sus deseos de hacer lo malo. Dios envió a su propio Hijo, y lo envió tan débil como nosotros, los pecadores. Lo envió para que muriera por nuestros pecados. Así, por medio de él, Dios destruyó al pecado. Lo hizo para que ya no vivamos de acuerdo con nuestros malos deseos, sino conforme a todos los justos mandamientos de la ley, con la ayuda del Espíritu Santo.

Los que viven sin controlar sus malos deseos, sólo piensan en hacer lo malo. Pero los que viven obedeciendo al Espíritu Santo sólo piensan en hacer lo que desea el Espíritu. Si vivimos pensando en todo lo malo que nuestros cuerpos desean, entonces quedaremos separados de Dios. Pero si pensamos sólo en lo que desea el Espíritu Santo, entonces tendremos vida eterna y paz. Los que no controlan sus malos deseos sólo piensan en hacer lo malo. Son enemigos de Dios, porque no quieren ni pueden obedecer la ley de Dios. Por eso, los que viven obedeciendo sus malos deseos no pueden agradarlo.

"La ley del Espíritu" que se menciona aquí, no sólo quiere decir el principio de una ley, sino también la autoridad que ejerce el Espíritu. El "Espíritu de vida" quiere decir que el Espíritu Santo trae vida porque esencialmente es vida. Él es el "Espíritu de vida". Y la expresión "en Cristo Jesús" da a entender que el Espíritu Santo está completamente unido a Cristo Jesús, porque el creyente comparte la vida de Cristo y el Señor trae libertad como esta escrito: que para esto apareció el Hijo de Dios para deshacer las obras del diablo y darnos vida en abundancia, la vida eterna.

Pero, si el Espíritu de Dios vive en ustedes, ya no tienen que seguir sus malos deseos, sino obedecer al Espíritu de Dios. El que no tiene al Espíritu de Cristo, no es de Cristo.  Por culpa del pecado, sus cuerpos tienen que morir. Pero si Cristo vive en ustedes, también el espíritu de ustedes vivirá, porque Dios los habrá declarado inocentes. Dios resucitó a Jesús, y él también hará que los cuerpos muertos de ustedes vuelvan a vivir, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Esto Dios lo hará por medio de su Espíritu, que vive en ustedes.

El hijo de Dios debe vivir para Dios. El pecado no debe gobernar, ni mucho menos gobernar la vida del cristiano. ¿Cómo puede el hijo de Dios vivir para Dios y de dónde puede sacar fuerzas para cumplir este propósito? Y el apóstol Pablo tuvo que pedir ayuda de fuera. Pablo dijo en Romanos 7:24. "¡Miserable de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" ¿Quién me va a capacitar de manera que pueda vivir para Dios? Y el apóstol Pablo dijo al concluir el capítulo 7: "Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. En conclusión, entiendo que debo someterme a la ley de Dios, pero en lo débil de mi condición humana estoy sometido a la ley del pecado".

El capítulo 8 nos presenta los medios por los cuales se nos asegura la victoria. En los primeros tres capítulos de la carta a los Romanos, vemos a Dios el Padre en la creación. Luego, desde el capítulo 3, versículo 21, hasta el capítulo 7, vemos a Dios el Hijo en la salvación. En el capítulo 8, vemos a Dios, el Espíritu Santo en la santificación del creyente.

El apóstol Pablo dice en su carta a los Efesios, capítulo 5, versículo 18: "No os embriaguéis con vino, pues eso lleva el desenfreno; antes bien sed llenos del Espíritu". La santificación es la obra del Espíritu Santo en la vida regenerada del creyente, liberándolo del poder del pecado, incluso ante la misma presencia del pecado, y obrando la voluntad de Dios en la vida del creyente. Al creyente se le ha dado una nueva naturaleza. Él puede entregarse a esa nueva naturaleza y ése es un acto de la voluntad. Y ésa es la nueva lucha que se nos presenta. 

La expresión bíblica "la carne" describe al hombre natural. El Señor Jesucristo, en el evangelio de Juan, capítulo 3, versículo 6, dijo que: "Lo que es nacido de la carne, carne es". Siempre será carne. Dios no tiene un plan para cambiar esa débil naturaleza humana. Pero Él brinda algo nuevo. Y la parte final de ese versículo 6, en el evangelio de Juan, capítulo 3, dice: "Y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Eso es algo diferente. Tenemos ante nosotros ahora, una nueva lucha. Ya no es la nueva naturaleza del creyente tratando de vencer al pecado en el cuerpo, sino que es el Espíritu Santo luchando contra la vieja naturaleza.

Pues, bien, el creyente tiene a su lado al Espíritu Santo para que éste le defienda de la carne. Yo no puedo vencer la carne. Aprendí eso hace mucho tiempo. Así que debo confiar en alguien que sí puede hacerlo y ese alguien es el Espíritu Santo que reside dentro del creyente y el quiere hacerlo y puede lograrlo.

Romanos 8:12-21. Traducción en lenguaje actual (TLA). Un futuro maravilloso. Por eso, hermanos, ya no estamos obligados a vivir de acuerdo con nuestros propios deseos. Si ustedes viven de acuerdo a esos deseos, morirán para siempre; pero si por medio del Espíritu Santo ponen fin a esos malos deseos, tendrán vida eterna. Todos los que viven en obediencia al Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Porque el Espíritu que Dios les ha dado no los esclaviza ni les hace tener miedo. Por el contrario, el Espíritu nos convierte en hijos de Dios y nos permite llamar a Dios: «¡Papá!» El Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu, y nos asegura que somos hijos de Dios. Y como somos sus hijos, tenemos derecho a todo lo bueno que él ha preparado para nosotros. Todo eso lo compartiremos con Cristo. Y si de alguna manera sufrimos como él sufrió, seguramente también compartiremos con él la honra que recibirá.

Estoy seguro de que los sufrimientos por los que ahora pasamos no son nada, si los comparamos con la gloriosa vida que Dios nos dará junto a él. El mundo entero espera impaciente que Dios muestre a todos que nosotros somos sus hijos. Pues todo el mundo está confundido, y no por su culpa, sino porque Dios así lo decidió. Pero al mundo le queda todavía la esperanza de ser liberado de su destrucción. Tiene la esperanza de compartir la maravillosa libertad de los hijos de Dios. Nosotros sabemos que este mundo se queja y sufre de dolor, como cuando una mujer embarazada está a punto de dar a luz.

La frase "los que son de la carne", es decir, los que viven conforme a la débil condición humana, describe al ser humano natural. En el segundo capítulo de su carta a los Efesios, versículos 1 al 3, Pablo dijo: "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los que desobedecen a Dios. De esa manera vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, siguiendo nuestros propios deseos y satisfaciendo los caprichos de nuestra naturaleza pecadora y de nuestros pensamientos. A causa de esa naturaleza merecíamos el terrible castigo de Dios, igual que los demás". Ésa era nuestra condición hasta que fuimos salvados, y además la carne incluye también la mente. 

En su carta a los Colosenses, capítulo 1, versículo 21, Pablo dijo: "Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros pensamientos y por vuestras malas obras, ahora Cristo os ha reconciliado". Esto incluye toda la personalidad que está completamente alejada de Dios. Y en su primera carta a los Corintios, capítulo 2, versículo 14, nos dijo: "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente".

Esta clase de personas busca, lucha, y hasta ha puesto sus corazones en las cosas de la carne. Y ésa es su manera de vivir, y las obras de la débil condición humana son manifiestas. Usted lo puede leer por sí mismo en la carta a los Gálatas, capítulo 5, versículos 19 y 20. Y en Colosenses 3:8 se habla de: "ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca". Eso es lo que el Señor Jesucristo dijo también en el capítulo 15 del evangelio de Mateo, versículo 19: "Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias".

El vivir dominado por la débil condición humana significa derrota y muerte. Ningún hijo de Dios puede tener una vida abundante en Cristo viviendo por las cosas (obras) de la carne y de su vieja naturaleza. El hijo pródigo, como vemos en la parábola relatada en Lucas 15, puede ir a parar a una pocilga, pero nunca será feliz si permanece allí, tendrá el deseo de salir y de volver a su padre.

La otra clase de personas es la formada por aquellos que según el Espíritu, han nacido de nuevo, han sido regenerados, en ellos reside el Espíritu Santo de Dios, y aman las cosas de Dios. Y el apóstol Pablo dijo en su carta a los Colosenses, capítulo 3, versículo 1: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios". Y el versículo 2 sigue diciendo: "Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra". Más adelante en este mismo capítulo 3 de la carta a los Colosenses, versículo 12, el apóstol continuó dando más instrucciones para el creyente y dijo: "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia".

Éstas son las actitudes que debe anhelar y buscar todo hijo e hija de Dios, pero no las podemos alcanzar por medio de nuestro propio esfuerzo; las logramos, solamente, cuando dejamos que el Espíritu de Dios obre en nuestras vidas.

Romanos 8:23-30. Traducción en lenguaje actual (TLA). Camino a la gloria eterna. Y no sólo sufre el mundo, sino que también sufrimos nosotros, los que tenemos al Espíritu Santo, que es el anticipo de todo lo que Dios nos dará después. Mientras esperamos que Dios nos adopte definitivamente como sus hijos, y nos libere del todo, sufrimos en silencio. Dios nos salvó porque tenemos la confianza de que así sucederá. Pero esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando algo que ya tiene? Sin embargo, si esperamos recibir algo que todavía no vemos, tenemos que esperarlo con paciencia.

Del mismo modo, y puesto que nuestra confianza en Dios es débil, el Espíritu Santo nos ayuda. Porque no sabemos cómo debemos orar a Dios, pero el Espíritu mismo ruega por nosotros, y lo hace de modo tan especial que no hay palabras para expresarlo. Y Dios, que conoce todos nuestros pensamientos, sabe lo que el Espíritu Santo quiere decir. Porque el Espíritu ruega a Dios por su pueblo especial, y sus ruegos van de acuerdo con lo que Dios quiere.

Sabemos que Dios va preparando todo para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo con su plan. Desde el principio, Dios ya sabía a quiénes iba a elegir, y ya había decidido que fueran semejantes a su Hijo, para que éste sea el Hijo mayor. A los que él ya había elegido, los llamó; y a los que llamó también los aceptó; y a los que aceptó les dio un lugar de honor.

El vivir en el espíritu produce amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22-23); Todos necesitamos experimentar una profunda y perpetua renovación que sólo la produce el Espíritu de Dios, y en virtud a ello podremos comprender nuestra misión terrenal en medio de una realidad corrupta de la sociedad mundial actual. 

El Espíritu enciende la imaginación del creyente y de la Iglesia, para que ambos puedan realizar la Gran Comisión (Mateo 28:19-20), con las formas más eficaces en sus testimonio personales y comunitarios. Hoy más que nunca, en tiempos donde vivimos un proceso de despersonalización del ser humano, en el que existe un sentido de vaciedad y donde cada quién se pregunta: “¿Quién soy yo?” y ¿”Cuál es el sentido de mi vida?” En esta situación, es necesario y urgente que algo suceda e invierta el proceso y de al ser humano un sentido de valor, de seguridad, de personalidad y de vida plena.

Muchos viven según la carne, cometiendo todo tipo de pecado y maldad sin poder vivir con su conciencia tranquila. Viven sin esperanza, sin alegría, sin imaginación, renegados, en arrogancia y en rebeldía. Viven encerrados en sí mismos, sólo buscan sus intereses personales, se pelean por los primeros puestos, antes que servir, quieren ser servidos, son como los huesos secos que describe el profeta Ezequiel en el capítulo 37 de su libro. En ellos se evidencia los frutos de la carne, descritos en el libro de Gálatas, capítulo 5:19-21, ellos son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas. 

El vivir en la carne produce muerte. Sólo con el poder del Espíritu uno puede cambiar esta situación caótica de la persona y de su entorno social. Sólo Él puede producir ese verdadero cambio existencial y espiritual. El Espíritu Santo permite que la persona viva plenamente y encuentre su verdadero valor personal.

El mejor ejemplo lo tenemos en Jesucristo, él manifestó que el Espíritu del Señor estaba sobre él y que lo había enviado a dar buenas nuevas a los pobres; a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4:18-19). 

Ese mismo Espíritu que mora en el Señor Jesús es el que nos permite tener convicción para realizar la misión, tener las fuerzas para vencer al enemigo, resistencia ante los embates del diablo, la confianza necesaria para esperar el mañana. Si nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, nuestra vida será una vida en plenitud. Vivir plenamente en el Espíritu, es vivir una vida en comunidad con el cuerpo de Cristo (que somos los creyentes en Cristo), donde el amor y la paz son una realidad, en otras palabras en dónde el reino de los cielos se hace manifiesto.

Romanos 8:31-39. Traducción en lenguaje actual (TLA). Dios nos ama eternamente. Sólo nos queda decir que, si Dios está de nuestra parte, nadie podrá estar en contra de nosotros. Dios no nos negó ni siquiera a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, así que también nos dará junto con él todas las cosas. ¿Quién puede acusar de algo malo a los que Dios ha elegido? ¡Si Dios mismo los ha declarado inocentes! ¿Puede alguien castigarlos? ¡De ninguna manera, pues Jesucristo murió por ellos! Es más, Jesucristo resucitó, y ahora está a la derecha de Dios, rogando por nosotros. ¿Quién podrá separarnos del amor de Jesucristo? Nada ni nadie. Ni los problemas, ni los sufrimientos, ni las dificultades. Tampoco podrán hacerlo el hambre ni el frío, ni los peligros ni la muerte. Como dice la Biblia: «Por causa tuya nos matan; ¡por ti nos tratan siempre como a ovejas para el matadero!»

En medio de todos nuestros problemas, estamos seguros de que Jesucristo, quien nos amó, nos dará la victoria total. Yo estoy seguro de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la vida ni la muerte, ni los ángeles ni los espíritus, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes del cielo ni los del infierno, ni nada de lo creado por Dios. ¡Nada, absolutamente nada, podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado por medio de nuestro Señor Jesucristo!

Dios entregó a Su propio Hijo para morir por nosotros, Él no negó a Su Hijo, ¿no cree usted entonces que Él puede darle todo lo que necesita en esta vida y en la vida futura? Dios ha puesto Su trono detrás de los elegidos. Nosotros somos pecadores justificados. Dios está detrás de nosotros. ¿Quién nos condenará? Nadie nos puede condenar. Y, ¿Sabe por qué? Porque Cristo murió, más aun, el que resucitó.

Cristo ha removido toda condenación y el creyente está seguro debido a los siguientes aspectos de la obra de Cristo: (1) Cristo murió por nosotros, fue entregado por nuestras ofensas y pecados; (2) Fue resucitado de los muertos, para nuestra justificación; (3) Está a la derecha de Dios, se encuentra allí en este momento. Es el Cristo que vive y (4) Él también intercede por nosotros. Cristo oró por nosotros: esta obra, que comprende estos 4 aspectos, es la razón por la cual nadie puede acusar a los escogidos de Dios. Y esta obra completa de la redención, fue realizada a favor de nosotros en medio de un mundo donde la seguridad se torna cada vez más problemática, donde la duda y la incertidumbre están a la orden del día, dónde la maldad, la mentira y la injusticia imperan por todas las naciones de la tierra.

Pero hay una auténtica seguridad para todos aquellos que confían en el Señor Jesucristo porque ninguna promesa suya quedará sin cumplirse. Su amor es verdadero y fiel, en un mundo en que el amor y la amistad son términos que muchas veces resaltan la inconstancia y debilidad humanas.

Le invitamos a colocar su vida presente y futura en las manos de aquel Buen Pastor que entregó Su vida por las ovejas, es decir por nosotros, y bajo cuyo amparo podemos vivir en plenitud, en armonía con Dios y cumpliendo Sus propósitos y recordemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman.

No sólo los cuerpos de los creyentes serán redimidos, sino que todo este universo físico, esta tierra en la que usted y yo habitamos también será redimida. Ése es el propósito de Dios, y Él lo llevará a cabo. En realidad cambiaremos esta tierra vieja por una tierra nueva, recibiremos un nuevo modelo de tierra, por decirlo así; donde no habrá más pecado, ni maldición por causa del pecado, y éste no volverá sobre ella. ¡Viviremos así una maravillosa experiencia! El vivir en el Espíritu es vivir una vida en santidad, tanto personal como socialmente. 

Hoy necesitamos dar testimonio de esta nueva realidad social y espiritual a un mundo que vive según sus propios principios y valores y no de acuerdo a la Palabra eterna de Dios. Habiendo reconocido que tendremos cuerpos redimidos, consideró las aflicciones de la época presente, que constituyen la experiencia común de todos los creyentes como algo pasajero.

Esta generación, que está disfrutando de mayores comodidades que cualquier otra en la historia, trata de evitar el pensar en este lado oscuro de la vida. Pero los creyentes actuales no pueden eludir la experiencia del sufrimiento. Y muchos de nosotros tenemos un gran peso en nuestro pasado, en la vieja naturaleza del pecado y es muy difícil poder cambiar. Cuando usted cree en Cristo, la nueva naturaleza que recibe toma el control de las cosas, quiere cambiar de camino porque no desea que usted continúe viviendo en el pecado. La nueva naturaleza no quiere pecar, pero la vieja naturaleza no quiere dar un paso hacia atrás y es entonces, que surgen los conflictos, pero esta lucha terminará cuando nuestro cuerpo sea redimido.

De ahí que es necesario vivir nuestra fe en nuestro Señor Jesucristo con plena confianza, sujetándonos a la autoridad y señorío del Espíritu Santo en medio de estos tiempos finales y turbulentos,  haciendo uso de los dones, llamamientos y ministerios, para implantar el carácter de Cristo en cada nuevo creyente, para así llegar a trasformar nuestro entorno y nuestras ciudades cumpliendo con los propósitos divinos para nuestras vidas. 

Mateo 5:14-16. La luz del mundo. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. 

Bendiciones.

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