Dios tiene el control de
todos los tiempos y acontecimientos de la humanidad. El Señor concede la
victoria final a su pueblo y hace que participen de ella no solo los vivos sino
también los muertos; de este modo, la justicia de Dios triunfa más allá de la
muerte y resuelve el enigma planteado por el sufrimiento de los justos y la prosperidad
de los impíos. Entremos ahora en un estudio de la Palabra de Dios sobre este
tema dejando de esa manera que sea Dios mismo a través de su Palabra y de su
Espíritu Santo hablando a nuestros corazones para tomar una decisión de vida
eterna.
Daniel 12:1-13. En aquel tiempo se
levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo;
y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces;
pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos
en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán
despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión
perpetua. Los entendidos resplandecerán como el
resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como
las estrellas a perpetua eternidad. Pero tú, Daniel, cierra las palabras y
sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la
ciencia se aumentará. Y yo Daniel miré, y he aquí otros dos que estaban en pie, el
uno a este lado del río, y el otro al otro lado del río. Y dijo uno al varón
vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río: ¿Cuándo será el fin de
estas maravillas? Y oí al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del
río, el cual alzó su diestra y su siniestra al cielo, y juró por el que vive
por los siglos, que será por tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo. Y cuando
se acabe la dispersión del poder del pueblo santo, todas estas cosas serán
cumplidas. Y yo oí, mas no entendí. Y dije: Señor mío, ¿cuál será el fin de
estas cosas? El respondió: Anda,
Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos
serán limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos procederán
impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos
comprenderán. Y desde el tiempo que sea quitado el continuo sacrificio hasta
la abominación desoladora, habrá mil doscientos noventa días. Bienaventurado el
que espere, y llegue a mil trescientos treinta y cinco días. Y tú irás hasta el
fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días.
El mensajero angelical le
promete a Daniel que el pueblo de Dios será protegido contra las embestidas de
los poderes de las tinieblas, como siempre, por Miguel. Pero como la prueba de
él mismo y de sus compañeros esto no significará que serán librados del tiempo
de angustia (2 Timoteo 3:1-9), sino que triunfarán en él.
Los propósitos de Dios no fallarán; él guarda a su pueblo “para la salvación
preparada para ser revelada en el tiempo final” (1 Pedro 1:5). El v. 2 señala a esta
resurrección como la revocación de la maldición de la muerte (vida eterna, en
el v. 2, contrasta con los que duermen en el polvo de la tierra), o su
confirmación (eterno horror). Los entendidos que han sido fieles a la palabra
de Dios, a pesar de la vergüenza y el sufrimiento, serán glorificados. Este es
el mensaje de esperanza y consuelo que fortalecerá a los creyentes futuros. Por
esta razón Daniel ha de cerrar las palabras y sellar el libro, no en el sentido
de guardarlas secretas, sino para preservarlas hasta que se necesiten, guardándolas
para los que buscan una palabra de Dios, en contraste con muchos que correrán
de un lado para otro, y se incrementará el conocimiento.
Mateo 25:1-13. Parábola de las diez vírgenes. Entonces el reino de
los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a
recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las
insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron
aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon
todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el
esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y
arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de
vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes
respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más
bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban
a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las
bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo:
¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no
os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del
Hombre ha de venir.
Las circunstancias de la
parábola de las diez vírgenes fueron tomadas de las costumbres nupciales de los
judíos y explica el gran día de la venida de Cristo. Véase la naturaleza del
cristianismo. Como cristianos profesamos atender a Cristo, honrarlo, y estar a
la espera de su venida. Los cristianos sinceros son las vírgenes prudentes, y
los hipócritas son las necias. Son verdaderamente sabios o necios los que así
actúan en los asuntos de su alma. Muchos tienen una lámpara de profesión en sus
manos, pero en sus corazones no tienen el conocimiento sano ni la resolución,
que son necesarios para llevarlos a través de los servicios y las pruebas del
estado presente. Sus corazones no han sido provistos de una disposición santa
por el Espíritu de Dios que crea de nuevo. Nuestra luz debe brillar ante los
hombres en buenas obras; pero no es probable que esto se haga por mucho tiempo,
a menos que haya un principio activo de fe en Cristo y amor por nuestros
hermanos en el corazón.
Todas cabecearon y se
durmieron. La demora representa el espacio entre la conversión verdadera o
aparente de estos profesantes y la venida de Cristo, para llevarlos por la
muerte o para juzgar al mundo. Pero aunque Cristo tarde más allá de nuestra
época, no tardará más allá del tiempo debido. Las vírgenes sabias mantuvieron
ardiendo sus lámparas, pero no se mantuvieron despiertas. Demasiados son los
cristianos verdaderos que se vuelven remisos y un grado de negligencia da lugar
a otro. Los que se permiten cabecear, escasamente evitan dormirse; por tanto
tema el comienzo del deterioro espiritual.
Se oye un llamado
sorprendente, Salid a recibirle; es un llamado para los que están preparados.
La noticia de la venida de Cristo y el llamado a salir a recibirle, los
despertará. Aun los que estén preparados en la mejor forma para la muerte
tienen trabajo que hacer para estar verdaderamente preparados (2 Pedro 3:14). Será un día de búsqueda y de preguntas; nos corresponde pensar
cómo seremos hallados entonces.
Algunas llevaron aceite
para abastecer sus lámparas antes de salir. Las que no alcanzan la gracia
verdadera ciertamente hallarán su falta en uno u otro momento. Una profesión
externa puede alumbrar a un hombre en este mundo, pero las humedades del valle
de sombra de muerte extinguirán su luz. Los que no se preocupan por vivir la
vida, morirán de todos modos la muerte del justo. Pero los que serán salvos
deben tener gracia propia; y los que tienen más gracia no tienen nada que
ahorrar. El mejor necesita más de Cristo. Mientras la pobre alma alarmada se
dirige, en el lecho de enfermo, al arrepentimiento y la oración con espantosa
confusión, viene la muerte, viene el juicio, la obra es deshecha, y el pobre
pecador es deshecho para siempre. Esto viene de haber tenido que comprar aceite
cuando debíamos quemarlo, obtener gracia cuando teníamos que usarla. Los que, y
únicamente ellos, irán al cielo del más allá, están siendo preparados para el
cielo aquí. Lo súbito de la muerte y de la llegada de Cristo a nosotros entonces,
no estorbará nuestra dicha si nos hemos preparado.
La puerta fue cerrada.
Muchos procurarán ser recibidos en el cielo cuando sea demasiado tarde. La vana
confianza de los hipócritas los llevará lejos en las expectativas de felicidad.
La convocatoria inesperada de la muerte puede alarmar al cristiano pero,
procediendo sin demora a cebar su lámpara, sus gracias suelen brillar más
fuerte; mientras la conducta del simple profesante muestra que su lámpara se
está apagando. Por tanto, velad, atended el asunto de vuestras almas. Estad
todo el día en el temor del Señor.
Mateo 25:14-30. Parábola de los talentos. Porque el reino de los
cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó
sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno
conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había recibido cinco
talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo el que
había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue
y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino
el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que
había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor,
cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre
ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel,
sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando también el que
había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí
tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el
gozo de tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo:
Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges
donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la
tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo
y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por
tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera
recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo
al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y
al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle
en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Cristo no tiene siervos
para que estén ociosos: ellos han recibido su todo de Él y nada tienen que
puedan llamar propio, salvo pecado. Que recibamos de Cristo es para que
trabajemos por Él. La manifestación del Espíritu es dada a todo hombre para
provecho. El día de rendir cuentas llega por fin. Todos debemos ser examinados
en cuanto a lo bueno que hayamos logrado para nuestra alma y para nuestro
prójimo, por las ventajas que disfrutamos. No significa que el realce de los
poderes naturales pueda dar mérito a un hombre para la gracia divina. Es
libertad y privilegio del cristiano verdadero ser empleado como siervo de su
Redentor, fomentando su gloria, y el bien de su pueblo: el amor de Cristo le
constriñe a no vivir más para sí, sino para aquel que murió y resucitó por él.
Los que piensan que es
imposible complacer a Dios, y es en vano servirle, nada harán para el propósito
de la religión. Se quejan de que Él exige de ellos más de lo que son capaces, y
que los castiga por lo que no pueden evitar. Cualquiera sea lo que pretendan,
el hecho es que no les gusta el carácter ni la obra del Señor. El siervo
perezoso está sentenciado a ser privado de su talento. Esto puede aplicarse a
las bendiciones de esta vida, pero más bien a los medios de gracia. Los que no
conocen el día de su visitación, tendrán ocultas de sus ojos las cosas que
convienen a su paz. Su condena es ser arrojados a las más profundas tinieblas.
Es una manera acostumbrada de expresar las miserias de los condenados en el
infierno. Aquí, en lo dicho a los siervos fieles, nuestro Salvador pasa de la
parábola a la cosa significada por ella, y eso sirve como clave para el todo.
No envidiemos a los pecadores ni codiciemos nada de sus posesiones perecederas.
Mateo 25:31-46. El juicio de
las naciones. Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos
ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas
delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta
el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los
cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me
disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me
cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces
los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos,
o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos,
o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos
a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis
a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá
también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de
comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis;
estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me
visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no
te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto
no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán
éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
Esta es una descripción
del juicio final. Es una explicación de las parábolas anteriores. Hay un juicio
venidero en que cada hombre será sentenciado a un estado de dicha o miseria
eterna. Cristo vendrá, no sólo en la gloria de su Padre sino en su propia
gloria, como Mediador. El impío y el santo habitan aquí juntos en las mismas
ciudades, iglesias, familias y no siempre son diferenciados unos de otros;
tales son las debilidades de los santos, tales las hipocresías de los pecadores;
y la muerte se los lleva a ambos: pero en ese día serán separados para siempre.
Jesucristo es el gran Pastor; Él distinguirá dentro de poco tiempo entre los
que son suyos y los que no. Todas las demás distinciones serán eliminadas; pero
la mayor entre santos y pecadores, santos e impíos, permanecerá para siempre.
La dicha que poseerán los
santos es muy grande. Es un reino; la posesión más valiosa en la tierra; pero
esto no es sino un pálido parecido del estado bienaventurado de los santos en
el cielo. Es un reino preparado. El Padre lo proveyó para ellos en la grandeza
de su sabiduría y poder; el Hijo lo compró para ellos; y el Espíritu bendito,
al prepararlos a ellos para el reino, está preparándolo para ellos. Está
preparado para ellos: en todos los aspectos está adaptado a la nueva naturaleza
del alma santificada. Está preparado desde la fundación del mundo. Esta
felicidad es para los santos, y ellos para ella, desde toda la eternidad.
Vendrán y la heredarán. Lo que heredamos no lo logramos por nosotros mismos. Es
Dios que hace los herederos del cielo.
No tenemos que suponer
que actos de generosidad dan derecho a la dicha eterna. Las buenas obras hechas
por amor a Dios, por medio de Jesucristo, se comentan aquí como marcas del
carácter de los creyentes hechos santos por el Espíritu de Cristo, y como los
efectos de la gracia concedida a los que las hacen. El impío en este mundo fue
llamado con frecuencia a ir a Cristo en busca de vida y reposo, pero rechazaron
sus llamados; y justamente son los que prefirieron alejarse de Cristo quienes
no irán a Él. Los pecadores condenados ofrecerán disculpas vanas. El castigo
del impío será un castigo eterno; su estado no puede ser cambiado. Así, la vida
y la muerte, el bien y el mal, la bendición y la maldición, están puestas ante
nosotros para que podamos escoger nuestro camino, y como nuestro camino, así
será nuestro fin. Bendiciones.
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