Filipenses
4:10-13. En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin
habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero
os faltaba la oportunidad. No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a
contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener
abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para
tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
¿Sabes
tú que hay recursos suficientes dentro de tu corazón para enfrentar la demanda
de toda circunstancia en que te podrías encontrar? ¿Sabéis amigos, que el
Espíritu dentro de vosotros es Dios mismo? ¡Que nuestros ojos se abran para ver
la grandeza del don de Dios! ¡Que podamos descubrir la vastedad de los recursos
escondidos en nuestro propio corazón! Yo podría gritar de júbilo al pensar que
el Espíritu que mora en mí no es una mera influencia sino una persona viva;
¡que es el mismísimo Dios! ¡El Dios infinito dentro de mi corazón! No se cómo
comunicarles la dicha de este conocimiento, de que el Espíritu Santo que mora
en mi corazón es una persona. Solo puedo repetir: es una persona. Oh amigos, me
gustaría repetíroslo cien veces: ¡El Espíritu de Dios que mora en mí es una
persona! Yo soy solo un vaso de barro, pero dentro de este vaso de barro llevo
un tesoro inefable: el mismo Señor de gloria.
Romanos capítulo
8. Viviendo en el Espíritu. Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que
era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a
su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado
en la carne; para que la justicia de
la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu. Porque los que
son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del
Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque
el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne
son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco
pueden; y los que viven según la
carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino
según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno
no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a
causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.
Y si el
Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que
levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos
mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne; porque
si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las
obras de la carne, viviréis. Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues
no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino
que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba,
Padre! El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con
Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él
seamos glorificados. Pues tengo por
cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria
venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la
creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a
vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en
esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de
corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con
dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos,
que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de
nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque
en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza;
porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos,
con paciencia lo aguardamos.
Y de
igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la
intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los
santos.
Más que
vencedores. Y sabemos que a los que
aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a
su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que
llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también
glorificó. ¿Qué, pues, diremos a
esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el
que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros. ¿Quién nos separará
del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o
desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por
causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de
matadero. Antes, en todas estas cosas
somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy
seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Todo afán y la preocupación de los hijos de Dios cesarían si sus
ojos se abrieran para ver la grandeza del tesoro escondido en su corazón. ¿Sabes
tú que hay recursos suficientes dentro de tu corazón para enfrentar la demanda
de toda circunstancia en que te podrías encontrar? ¿Sabes que hay poder
suficiente allí para hacer temblar el universo? Permíteme decírtelo otra vez –
Y lo digo con la mayor reverencia – tú que has nacido de nuevo, del Espíritu de
Dios, ¡tú llevas a Dios en tu corazón!
Mateo 6:25-34. El afán y
la ansiedad. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué
habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de
vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad
las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y
quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y
por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen:
no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió
así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en
el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué
vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre
celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana
traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.
Toda la liviandad de los hijos de Dios acabaría también si
repararan en la grandeza del tesoro depositado en ellos. Si tienes poco dinero
en el bolsillo, puedes andar contento por la calle, conversando libremente en
el camino, sin cuidar especialmente tu manera de andar. Importa poco si pierdes
tu dinero, porque hay poco en juego. Pero si llevas muchísimo dinero, muy
distinta sería la situación y muy distinta toda tu manera de conducirte. Habría
gran alegría en tu corazón, pero no caminarías descuidadamente; y, de vez en
cuando, irías más lentamente para poner la mano en el bolsillo, palpar de nuevo
tu tesoro y proseguir tu marcha con gozosa seriedad.
En los días del Antiguo Testamento había centenares de carpas en el
campamento de Israel, pero había una muy distinta de todas las demás. En las
carpas comunes podía uno hacer lo que quería: comer, o ayunar, trabajar o
descansar, estar gozoso o sobrio, ruidoso o silencioso. Pero aquella otra carpa
imponía reverencia y respeto. Uno podía entrar y salir de las demás carpas
conversando en voz alta y riendo libremente, pero al acercarse a aquella carpa
especial se caminaba con más seriedad., y al encontrarse frente a ella, el
israelita inclinaba la cabeza en solemne silencio. Nadie podía tocar aquella
carpa impunemente. Si cualquier hombre o bestia se atrevía a tocarla, la muerte
era su pena segura. ¿Qué ocurría con aquella carpa? Era el templo del Dios
vivo. En cuanto a la carpa en sí, no tenía nada en particular, pues
exteriormente era de material común, pero el grande Dios la había elegido para
hacerla su morada.
¿Te das cuenta ahora de lo que sucedió en tu conversión? Dios entró
en tu corazón. Y lo hizo su templo. En los días antiguos Dios moraba en un
templo hecho de piedras; hoy El mora en un templo compuesto de creyentes vivos.
Cuando de veras entendamos que Dios ha hecho de nuestros corazones su morada,
¡Que profunda reverencia inundará nuestras vidas! Toda liviandad, toda
frivolidad, y aun todo deseo de agradarnos a nosotros mismos cesará al saber
que nosotros somos el templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en
nosotros. ¿Te has dado cuenta cabal de que, dondequiera que vayas llevas
contigo al Espíritu Santo de Dios? No llevas simplemente tu Biblia contigo, ni
siquiera buenas enseñanzas acerca de Dios, sino a Dios mismo.
La razón porque muchos cristianos no experimentan el poder del
Espíritu, aunque El more verdaderamente en su corazón, es la falta de
reverencia. Y les falta la reverencia porque sus ojos no se han abierto
al hecho de aquella presencia. Es un hecho real, pero no lo han visto. ¿Por qué
algunos cristianos viven vidas victoriosas mientras otros viven en constante
derrota? La diferencia no se explica por la presencia o ausencia del Espíritu (porque
El mora en el corazón de cada hijo de Dios) sino en esto: en que algunos se han
dado cuenta de su presencia y otros no. La verdadera revelación de la presencia
del Espíritu revolucionará la vida de cualquier cristiano.
SALMO 91. Morando bajo la sombra del Omnipotente. El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del
Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien
confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus
plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; Escudo y adarga es su
verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia
que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu
lado mil, y diez mil a tu diestra; Mas a ti no llegará. Ciertamente con tus
ojos mirarás y verás la recompensa de los impíos. Porque has puesto a Jehová,
que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni
plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles
mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu
pie no tropiece en piedra. Sobre el
león y el áspid pisarás; Hollarás al cachorro del león y al dragón. Por cuanto
en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; Le pondré en alto, por cuanto
ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo
le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré. Lo
saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación.
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