1 Juan 2:15-17. No améis al
mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del
Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la
voluntad de Dios permanece para siempre.
¿Qué es el mundo? He aquí una pregunta de suma importancia, que forzosamente se presenta al atento examen de todo creyente serio y reflexivo. ¿Qué es este mundo, del cual la Palabra le exhorta a conservarse sin mancha?
Santiago 1:27. (BLS). Creer en Dios el Padre es agradarlo y hacer el bien, ayudar a las viudas y a los huérfanos cuando sufren, y no dejarse vencer por la maldad del mundo.
La Escritura usa la palabra mundo en tres sentidos diferentes. En primer lugar significa, literalmente, el orden, el sistema, la organización de la vida humana; luego, la tierra en sí misma es llamada el mundo, porque constituye la escena en la cual se desarrolla aquel sistema; por fin, llamamos mundo al conjunto de los individuos que viven conforme a este sistema. Se puede, pues, distinguir entre la escena del mundo, las personas del mundo, o el sistema del mundo.
Juan 3:17-21. (BLS). Porque Dios no me envió a este mundo para condenar a la gente, sino para salvarla. El que cree en mí, que soy el Hijo de Dios, no será condenado por Dios. Pero el que no cree ya ha sido condenado, precisamente por no haber creído en el Hijo único de Dios. Y así es como Dios juzga: yo he venido al mundo, y soy la luz que brilla en la oscuridad, pero como la gente hacía lo malo prefirió más la oscuridad que la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella, para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que prefieren la verdad sí se acercan a la luz, pues quieren que los demás sepan que obedecen todos los mandamientos de Dios.
Vivir en el mundo sin participar del espíritu del mundo es el llamado cristiano, es vivir apartado para Dios, siendo luz a aquellos que están en tinieblas por medio de la vida que nos imparte el Espíritu Santo en nuestros corazones por la Palabra de Dios y la obra redentora del Señor Jesucristo en la cruz del calvario.
Cuando el Espíritu de Dios nos revela la verdadera pobreza espiritual en que vive el mundo, es más fácil vencer las tentaciones que buscan seducirnos a volver a esa condición. Cuando comprendemos la plenitud de nuestra herencia en Cristo, se revela toda la pobreza de la oferta del mundo. Cuando depositamos de verdad nuestros sentimientos en Dios, los deseos de la carne dejan de ser un problema.
En la vida de cada hijo de Dios se da una batalla continua entre el llamado del mundo y el llamado de Dios a sujetarnos a Él y vivir una vida de santidad y de conformidad a los valores del Reino de Dios. Esta batalla se da continuamente. Debemos entender que este mundo no nos va a amar y nosotros no debemos amar a este mundo porque hay una lucha a muerte entre esos dos polos de la existencia humana.
A diferencia de la mujer de Lot, que rechazaba renunciar al mundo, levantemos nuestra vista hacia la esperanza gloriosa del amor, la vida y la luz donde Dios eternamente reina.
Dios exhorta a los creyentes a través de la primera carta de Juan para que los cristianos permanezcan separados y apartados del mundo y de todo lo que el sistema del mundo ofrece, ya que el amor de Dios y el amor del mundo son incompatibles. Aquí se toma el mundo como el sistema mundano de criterios y actitudes que se oponen al Creador y que están bajo el dominio de Satanás; el mundo como sistema diabólico opuesto a Dios, sólo ofrece cosas que son pecado o cosas que incitan al pecado y que son totalmente contrarias a la voluntad de Dios.
En otras palabras el amor de Dios no puede coexistir en el corazón de las personas con el amor al mundo y a las cosas que este ofrece.
Mateo 6:24. (PDT). Nadie puede servir a dos patrones al mismo tiempo. Odiará a uno y amará al otro, o se dedicará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas.
Las cosas del mundo pueden desearse y poseerse para los usos y propósitos que Dios concibió, y hay que usarlas por su gracia y para su gloria; pero los creyentes no deben buscarlas ni valorarlas para propósitos en que el pecado abusa de ellas.
Juan 1:2. (DHH). Querido hermano, pido a Dios que, así como te va bien espiritualmente, te vaya bien en todo y tengas buena salud.
El sistema del mundo aparta de Dios el corazón de las personas y mientras más prevalezca el amor al mundo, más decae el amor a Dios. Está claro que Dios quiere que sus hijos prosperen. ¿Cómo puede alguien atreverse a negar esto? Sin embargo, la prosperidad no debiera ser un fin en sí misma, sino el resultado de una calidad de vida, entrega, dedicación y acción que esté en correspondencia con la Palabra de Dios. En este versículo, la palabra «prosperado» (gr. euporia) literalmente significa «ayudar sobre la marcha» o «tener éxito en alcanzar, ganancia, riqueza».
Claramente implica que la prosperidad divina no es un fenómeno momentáneo o pasajero, sino que es más bien un estado continuo y progresivo de buen éxito, de bienestar. Se aplica a todas las áreas de nuestra vida: espiritual, física, emocional y material. Sin embargo, Dios no quiere que pongamos un énfasis indebido en ninguna de estas esferas. Hay que mantener un equilibrio espiritual y mental para no dejarnos llevar por los deseos de la concupiscencia de la carne.
Mateo 22:34-40. (BLS). Cuando los fariseos se dieron cuenta de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se reunieron y fueron a ver a Jesús. Uno de ellos, que sabía mucho acerca de la ley de los judíos, quiso ponerle una trampa y le preguntó: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento, y el más importante, es el que dice así: “Ama a tu Dios con todo lo que piensas y con todo lo que eres.” Y el segundo mandamiento en importancia es parecido a ese, y dice así: “Cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo.” Toda la enseñanza de la Biblia se basa en estos dos mandamientos.
Las cosas del mundo se clasifican conforme a las tres inclinaciones reinantes de la naturaleza depravada: La concupiscencia de la carne, del cuerpo, los malos deseos del corazón, el apetito de darse el gusto con todas las cosas que excitan e inflaman los placeres sensuales.
Cuando es fuerte nuestro afecto por los bienes materiales, es difícil creer que un día se desvanecerá lo que deseamos. Y puede parecer aún mucho más difícil creer que la persona que hace la voluntad de Dios vivirá para siempre. Pero esa era la convicción de Juan basada en los hechos de la vida, muerte, resurrección y promesas que Jesús hizo. Al saber que este mundo de maldad y su pecado tendrán fin, nos da ánimo para controlar nuestra codicia, conducta desenfrenada y continuar haciendo la voluntad de Dios.
Por lo tanto, amar el mundo y sus cosas es una locura, porque el mundo pasa, y también sus concupiscencias; en cambio, el fiel que cumple la voluntad de Dios participa de su eternidad. La fugacidad de las cosas mundanas es un motivo más para evitar el amor del mundo. Por el contrario, el que pone en práctica los mandamientos, el que hace la voluntad de Dios, ése posee la vida eterna. La comunión con Dios, que se realiza aquí mediante la gracia, se perpetuará en el cielo, en la comunión de la gloria eterna.
La concupiscencia de los ojos: los ojos se deleitan con las riquezas y las posesiones; esta es la concupiscencia de la codicia. La soberbia de la vida: el hombre vano ansía la grandeza y la pompa de una vida de vanagloria, lo cual comprende una sed de honores y aplausos. Las cosas del mundo se desvanecen rápidamente y mueren; el mismo deseo desfallecerá y cesará dentro de poco tiempo, pero las cosas santas no son como la lujuria pasajera.
El amor de Dios nunca desfallecerá. La concupiscencia de los ojos se refiere a la mala inclinación existente en el hombre de servirse de los ojos para cometer pecados. Los ojos son las ventanas del alma, y a través de estas ventanas entran las mayores excitaciones, que incitan al alma al mal.
Los deseos de la carne, significan satisfacer nuestros deseos carnales. Los deseos de los ojos indica un fuerte deseo por lo que se ve, por lo exterior de las cosas; es el deseo de lo superficial. La soberbia de la vida es la altivez de los que tienen la mente puesta en las cosas del mundo. Ninguna de estas cosas se origina en Dios, no proviene del Padre, son del mundo, ese mundo que no es más que un espectáculo pasajero en su camino a la ruina espiritual y eterna de cualquier persona.
Todas estas pasiones que se encuentran en el mundo son evidente que no provienen del Padre, no se inspiran en su Espíritu Santo. Tales concupiscencias proceden del mundo, es decir, del desorden que el pecado ha introducido en toda la creación.
Por eso, el cristiano, engendrado por Dios, no ha de tener otro amor que el del Padre Celestial. El amor del Padre tiene sus objetivos determinados, que sus hijos no pueden cambiar. Los fieles, nacidos de Dios, están en plena dependencia de Él, unidos a El de pensamiento y de corazón por la Palabra de Dios y por el Espíritu Santo. La decisión es personal. Nosotros decidimos qué camino tomar.
1 Corintios 7:31. (PDT). Los que disfrutan de las cosas de este mundo, no se apeguen a ellas, porque este mundo, así como lo ven, está por terminarse.
Cuando nosotros entramos a los caminos del Señor tenemos que entender que tenemos que decirle adiós al mundo, debemos estar en continua enemistad con el mundo. Eso no quiere decir que no podemos amar a nuestros semejantes, todo lo contrario. Debemos nosotros proyectar una vida de simpatía, de gracia, de bondad, de misericordia para con los demás, pero también debemos saber que somos extranjeros y peregrinos como dice la Palabra, estamos de paso y participamos del mundo en la medida que podemos y debemos y tenemos que participar pero nuestra lealtad no está con el mundo, nuestro amor no está fijado en el mundo.
Proverbios 27:20. (DHH). La muerte, el sepulcro y la codicia del hombre jamás quedan satisfechos.
No nos apegamos a las cosas materiales, no nos dejamos controlar por la opinión o el pensamiento de los demás, no dejamos que lo que los demás digan o controlen nuestras decisiones, ni los valores a los cuales nosotros nos sujetamos o las cosas a las cuales les damos prioridad; no amamos el dinero, no amamos las cosas pasionales o sensuales, preferimos las cosas de Dios antes que las cosas del mundo, nuestras prioridades y nuestro dinero lo invertimos en cosas que redundan en beneficio para el Reino de Dios y que promueven las causas del Reino de Dios, nuestro tiempo, nuestra energía, nuestros talentos.
Romanos 12:1-2. (DHH). Por tanto, hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Este es el verdadero culto que deben ofrecer. No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto.
Cualquier cristiano que ama al mundo, cualquier cristiano que proyecta apego a las cosas del mundo, una carrera o lo que sea, las cosas que caracterizan al mundo tiene que entender que no está en afinidad con los valores del Reino de Dios y tiene que buscar ese sentido de consagración a las cosas de la eternidad.
Santiago 4:4. (DHH). ¡Oh gente infiel! ¿No saben ustedes que ser amigos del mundo es ser enemigos de Dios? Cualquiera que decide ser amigo del mundo, se vuelve enemigo de Dios.
Yo creo que un cristiano carnal, banal, vanidoso es una contradicción viviente. Los hijos de Dios tenemos que ir apartándonos más y más de los reclamos del mundo y mirando más y más hacia las cosas de Dios para poder verdaderamente agradar al Señor.
Romanos 13:14. (DHH). Al contrario, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no busquen satisfacer los malos deseos de la naturaleza humana.
Entonces tenemos que estar continuamente en vigilia cuando el mundo quiere moldearnos y eso es una adoctrinación continua que se da. Continuamente el mundo va a intentar encarcelarnos en su visión y en su forma de ver las cosas y nosotros tenemos que estar en perpetua vigilancia renovándonos con la Palabra del Señor, de la comunión con los santos, de congregarnos, de meditar continuamente en las cosas del Espíritu Santo, en otras palabras de rodearnos de la atmósfera espiritual del reino de los cielos.
Podemos ser gente culturalmente avanzada, podemos ser gente bien educada y todo lo demás pero todas esas cosas las aguantamos livianamente en nuestra mano porque sabemos que nuestra lealtad no está allí y que finalmente como dice la Palabra, todas estas cosas van a perecer. El mundo pasa y sus deseos, sus luchas, sus afanes, sus lealtades falsas pero el que hace la Voluntad del Señor ese permanece para siempre.
El mundo es engañoso y pasajero, pero siempre estamos tratando de resistir la influencia del mundo como cristianos; esa es la actitud de un verdadero hijo de Dios, una verdadera mujer de Dios madura y convencida, de cómo son las cosas en la eternidad.
La fe salvadora por el Amor de Dios en nuestros corazones (Jesucristo) y la obra vivificadora del Espíritu Santo.
Nos han enseñado muy bien que ¡somos salvos por la fe! "¡Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo!" (Hechos 16:31). El tema de este texto es el amor por Dios o el amor por el mundo, y el resultado es si se muere con el mundo o se tiene vida eterna con Dios. Sin embargo, Juan sabe que la vida eterna viene por la fe.
Juan dice en 1 Juan 5:13, "Os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna". Así que la vida eterna si depende de creer en Cristo. Pero ¿qué es esto de "creer"? Cuando él dice que no amar al mundo, sino amar a Dios, tanto que hacemos su voluntad; esto es lo que lleva a la vida eterna.
En Juan 5:42-44 Jesús se enfrenta a los líderes judíos que no creen en él con estas palabras: "Pero os conozco, que no tenéis el amor de Dios en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése recibiréis. ¿Cómo podéis creer, cuando recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?". En otras palabras, la razón por la que no reciben o creen en Jesús es que no aman a Dios. Les encanta el mundo, la gloria de los hombres, sin la gloria de Dios. Así que Jesús enseñó a sus apóstoles que, cuando no hay amor a Dios, no puede haber una fe salvadora.
Romanos 8:28. (RV60). Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito".
1 Corintios 2:9. (RV60). Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre... Dios ha preparado para los que le aman".
1 Corintios 16:22. (RV60). Si alguno no ama al Señor, que sea anatema.
Santiago 2:5. (RV60). ¿No escogió Dios a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos del reino que Él prometió a los que le aman?"
Podemos ver lo que Juan nos está diciendo en esta carta y es que el amor por el Padre realmente se trata de un asunto de vida eterna y muerte eterna. Nada en todo el mundo es más importante que experimentar el amor por Dios en nuestros corazones.
Este es el primer y gran mandamiento, Jesús dijo: Mateo 22:34-40. (BLS). Cuando los fariseos se dieron cuenta de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se reunieron y fueron a ver a Jesús. Uno de ellos, que sabía mucho acerca de la ley de los judíos, quiso ponerle una trampa y le preguntó: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento, y el más importante, es el que dice así: “Ama a tu Dios con todo lo que piensas y con todo lo que eres.” Y el segundo mandamiento en importancia es parecido a ese, y dice así: “Cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo.” Toda la enseñanza de la Biblia se basa en estos dos mandamientos.
Bendiciones.
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