Nuestro deseo es que cada uno de los mensajes, así como cada uno de los ministerios y recursos enlazados, pueda ayudar como una herramienta al crecimiento, edificación y fortaleza de cada creyente dentro de la iglesia de Jesucristo en las naciones y ser un práctico instrumento dentro de los planes y propósitos de Dios para la humanidad. Cada mensaje tiene el propósito de dejar una enseñanza basada en la doctrina bíblica, de dar una voz de aliento, de edificar las vidas; además de que pueda ser adaptado por quien desee para enseñanzas en células o grupos de enseñanza evangelísticos, escuela dominical, en evangelismo personal, en consejería o en reuniones y servicios de iglesias.

El Alfarero: Disciplinados y formados por nuestro Padre Celestial°


En la iglesia se habla del poder de Dios, de victorias, de guerras espirituales y que somos más que vencedores, pero muy poco se nos habla para preparamos para cuando vengan esos momentos. Cuando oramos por una sanidad y no llega, creemos que Dios nos ha abandonado, se muere alguien por el que estuvimos orando muchos años, y decimos ¿Qué paso?, ¿Dónde está Dios?, hay que saber que eso es parte de la vida y que Dios puede tomar todas esas situaciones para bien nuestro. La prueba es para prepararnos y ser más fuertes, mejores, para revelar el carácter de Cristo: La disciplina nos prepara para producir frutos para vida eterna, la disciplina  corrige al que es recibido por hijo, la disciplina es para forjar en hombres y mujeres que expresen el carácter de Jesucristo en su forma de vida.

Hebreos 12:4-11. RVR60. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.


Detrás de cada hecho que nos sucede, y detrás de cada circunstancia que nos rodea, está la mano de Dios que, amorosamente, nos disciplina para que alcancemos la madurez. El apóstol dijo a los hebreos que, aunque habían sufrido mucho y pasado muchas pruebas y persecuciones en su lucha contra el pecado, todavía no habían resistido hasta derramar sangre. A este respecto, se quedaron cortos de lo que sufrió nuestro Señor (Hebreos 12:2. RVR60. Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios). 

Todo campeón de algún deporte, practica la disciplina. De hecho, casi sin excepción, los ganadores son exitosos por causa de la disciplina, la que les da origen a los hábitos exitosos. No sólo la disciplina afila la mente y pone el cuerpo en condiciones, sino que produce también un efecto que es la seguridad en la victoria y en la obtención de los logros y metas. Como un niño que recibe disciplina de sus padres, se siente seguro en su amor, así la persona que recibe la disciplina divina tiene confianza que le van a suceder cosas buenas y no malas.

Lo que los creyentes sufren no puede nunca compararse con lo que el Señor sufrió. ¿Qué debe esperar una persona después de ser salva? No hemos de dar una esperanza indebida a los hermanos. Les deberíamos enseñar que van a encontrar muchos problemas en el futuro, pero el propósito y el designio de Dios están detrás de todo ello. En Hebreos 12:5-6, el apóstol cita Proverbios 3, y dice que si el Señor nos disciplina, no debemos menospreciar esa disciplina como algo sin importancia, y que si el Señor nos reprende, no debemos desmayar.

Algunos consideran triviales las dificultades, los sufrimientos y la disciplina que Dios les manda, de modo que pasa inadvertida para ellos. Otros desmayan cuando el Señor los reprende y los tiene en sus manos. Piensan que ya han sufrido demasiado en medio de sus circunstancias, y que la vida cristiana es muy difícil. Desmayan y tambalean ante las dificultades que encuentran en el camino. Ambas actitudes son incorrectas.

Muchos hijos de Dios han sido salvos durante años, sin embargo, no ven el propósito que Dios tiene al castigarlos. Pasan ciegamente por sus experiencias. No se preguntan acerca de lo que atraviesan hoy, y lo dejan pasar inadvertidamente. Por una parte, entonces, no debemos menospreciar la disciplina; por otra, no debemos hacer demasiado escándalo al respecto. Debemos aprender a aceptar la disciplina del Señor y comprender que la disciplina que nos inflige y el oprobio que llevamos siempre tienen un propósito.

Santiago 1:12-14. RVR60. Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.

Ningún padre disciplina al hijo de otro; a ningún padre le preocupa si el hijo del vecino es buen hijo o un mal hijo, pero sí disciplina específicamente a sus propios hijos. El padre tiene un plan definido al disciplinar a su hijo y lo moldea para que desarrolle cierto carácter. Del mismo modo, desde el día en que fuimos salvos, Dios ha estado operando en nosotros según un plan definido. Él desea que aprendamos ciertas lecciones a fin de que seamos conformados a su naturaleza y que seamos como Él. Su meta es hacernos cierta clase de personas. Nuestros padres carnales nos disciplinaban y los respetábamos. Reconocíamos que la disciplina era correcta y la aceptábamos. ¿No es mucho mejor someternos al Padre de los espíritus y vivir? Esto nos muestra que la filiación nos conduce a la disciplina, y ésta produce sumisión.

Nos sujetamos a Dios en dos asuntos: en sus mandamientos (los preceptos que constan en la Biblia), y en su corrección, es decir, lo que Dios hace en nuestras circunstancias. En muchas ocasiones, es suficiente obedecer la palabra de Dios. Pero hay casos en los que también tenemos que sujetarnos a la disciplina de Dios. Él ha dispuesto muchas cosas en nuestro ambiente, y nosotros debemos aprender las lecciones que ellas nos ofrecen. Debemos estar conscientes de la clase de personas que somos a los ojos de Dios. Somos rebeldes y obstinados por naturaleza. Somos como niños traviesos, que no obedecen a menos que el padre tenga una vara en la mano. Sólo prestamos atención cuando se nos castiga. Si no se nos azota, seguimos orondos. Por esta razón, la disciplina es absolutamente necesaria. Deberíamos conocernos a nosotros mismos; no somos tan simples como pensamos. El apóstol nos mostró que el fin del castigo es hacernos humildes y obedientes. Estas son virtudes indispensables.

Con frecuencia, los padres disciplinan a sus hijos de manera indebida, pero la disciplina de Dios no es motivada por el enojo a modo de retribución: tiene un carácter constructivo, y su objetivo es nuestro beneficio. ¿Qué beneficio obtenemos de esta disciplina? Dios nos disciplina con el propósito de que participemos de su santidad, su naturaleza y su carácter. La Biblia habla de diferentes clases de santidad. Que Cristo sea nuestra santidad, es una cosa, pero que nosotros seamos santificados en Él, es otra. La santidad de la que habla aquí se forja en nosotros; no es un don que recibamos repentinamente, y se relaciona con nuestra constitución. La santidad que se menciona aquí es forjada en nosotros por medio de la disciplina, de azotes y de la obra diaria que Dios realiza en nuestro interior. Si permanecemos bajo la disciplina de Dios, conoceremos gradualmente lo que es santidad. Si permanecemos en ella hasta el final, seremos santos en todo nuestro carácter.

Proverbios 3:1-8. La confianza en el Señor. Nueva Traducción Viviente (NTV). Hijo mío, nunca olvides las cosas que te he enseñado; guarda mis mandatos en tu corazón. Si así lo haces, vivirás muchos años, y tu vida te dará satisfacción. ¡Nunca permitas que la lealtad ni la bondad te abandonen! Átalas alrededor de tu cuello como un recordatorio. Escríbelas en lo profundo de tu corazón. Entonces tendrás tanto el favor de Dios como el de la gente, y lograrás una buena reputación.

Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar. No te dejes impresionar por tu propia sabiduría. En cambio, teme al Señor y aléjate del mal. Entonces dará salud a tu cuerpo y fortaleza a tus huesos.

Honra al Señor con tus riquezas y con lo mejor de todo lo que produces. Entonces él llenará tus graneros, y tus tinajas se desbordarán de buen vino. Hijo mío, no rechaces la disciplina del Señor ni te enojes cuando te corrige. Pues el Señor corrige a los que ama, tal como un padre corrige al hijo que es su deleite. Alegre es el que encuentra sabiduría, el que adquiere entendimiento. Pues la sabiduría da más ganancia que la plata y su paga es mejor que el oro.

La sabiduría es más preciosa que los rubíes; nada de lo que desees puede compararse con ella. Con la mano derecha, te ofrece una larga vida; con la izquierda, riquezas y honor. Te guiará por sendas agradables, todos sus caminos dan satisfacción. La sabiduría es un árbol de vida a los que la abrazan; felices son los que se aferran a ella. Con sabiduría el Señor fundó la tierra, con entendimiento creó los cielos. Con su conocimiento se abrieron las fuentes profundas de la tierra e hizo que el rocío se asiente bajo el cielo nocturno.

Hijo mío, no pierdas de vista el sentido común ni el discernimiento. Aférrate a ellos, porque refrescarán tu alma; son como las joyas de un collar. Te mantienen seguro en tu camino, y tus pies no tropezarán. Puedes irte a dormir sin miedo; te acostarás y dormirás profundamente. No hay por qué temer la calamidad repentina ni la destrucción que viene sobre los perversos, porque el Señor es tu seguridad. Él cuidará que tu pie no caiga en una trampa.

No dejes de hacer el bien a todo el que lo merece, cuando esté a tu alcance ayudarlos. Si puedes ayudar a tu prójimo hoy, no le digas: «Vuelve mañana y entonces te ayudaré». No trames hacerle daño a tu vecino, porque los que viven cerca confían en ti. No busques pelea sin motivo, cuando nadie te ha hecho daño. No envidies a las personas violentas, ni imites su conducta. El Señor detesta a esa gente perversa; en cambio, ofrece su amistad a los justos.

El Señor maldice la casa del perverso, pero bendice el hogar de los justos. El Señor se burla de los burlones, pero muestra su bondad a los humildes. Los sabios heredan honra, ¡pero los necios son avergonzados!

¡Necesitamos mucha disciplina para que Dios pueda forjar en nosotros un carácter santo! Ante Dios tenemos una cantidad limitada de años para crecer en la vida cristiana. Si evadimos la disciplina de Dios, o no permitimos que produzca el efecto esperado, nuestra pérdida será, en verdad, una pérdida eterna. Dios no solamente nos imparte su santidad como un don, sino que también desea que participemos de ella por medio de la disciplina que nos aplica. Necesitamos toda clase de reveses, dificultades, ajustes, fracasos, exhortaciones y correcciones para poder participar del carácter santo de Dios. Este es uno de los varios aspectos de la salvación descrita en el Nuevo Testamento. Dios primero nos da algo, y luego forja eso mismo en nosotros. Cuando tenemos ambos aspectos, tenemos la salvación plena. Uno es un don de Cristo, y el otro es lo que forja el Espíritu Santo en nosotros.

Todo hijo de Dios debe darse cuenta de que Dios ha preparado muchas lecciones para Él y ha tomado las medidas necesarias disponiendo las circunstancias, las experiencias y los sufrimientos, con el propósito de producir cierto carácter. Tenemos que reconocer la mano de Dios, la cual nos guía en toda circunstancia. Tan pronto nos salgamos del camino recto, su mano estará sobre nosotros y nos herirá para hacernos volver. Todo hijo de Dios debe estar preparado para aceptar la mano disciplinaria de Dios.

Solamente los cristianos pueden participar de los azotes y la disciplina de Dios. Nosotros recibimos disciplina, no castigo. El castigo es la retribución por nuestros errores, mientras que la disciplina tiene el propósito de educarnos. Somos castigados por haber hecho algo malo y, por ende, corresponde al pasado. La disciplina también se relaciona con nuestros errores, pero se aplica con miras al futuro y tiene un propósito. Puedo decir con confianza que Dios desea que cada uno de sus hijos lo glorifique en ciertas áreas, cada uno de diferente manera. Cada cual tiene su porción en su área específica.

Los hijos de Dios verdaderamente experimentarán una gran pérdida si no entienden la disciplina. Muchas personas durante años llevan vidas llenas de necedad a los ojos de Dios. Les es imposible avanzar. No tienen idea de lo que el Señor desea hacer en ellos. Andan según sus propios deseos y vagan en el desierto, sin restricción y sin rumbo. Dios no actúa de esta manera. Él tiene un propósito en todo lo que hace y actúa con el propósito de moldear un carácter sólido en nosotros para que podamos glorificar su nombre.

El fruto de la disciplina. Hebreos 12:11-13. RVR60. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. Los que rechazan la gracia de Dios, por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.

Muchas veces se tiene la impresión de que Dios escarba hasta llegar a las raíces de la persona. Tal vez experimente cómo Dios le desarraiga por medio de los sufrimientos. Quizá sea despojado de todo lo que tiene. Esto es ser vaciado de vasija en vasija. La mano de Dios nos triturará completamente, a fin de sacar nuestro sedimento. No piense que la quietud y la comodidad son buenas. La quietud de Moab hizo que él siguiera siendo Moab para siempre. Debido a que Moab nunca había sido disciplinado por Dios, su sabor permaneció en él y su olor no cambió. Esta es la razón por la cual Dios desea eliminar su sabor y cambiar su olor. Usted tenía cierta clase de sabor y olor antes de creer en el Señor. Es probable que hoy, después de diez años, esté igual. Si es así, Dios no ha forjado ni esculpido nada en usted.

La disciplina de Dios es verdaderamente valiosa. El desea desarraigarnos y verternos de vasija en vasija. Dios nos disciplina de diferentes maneras para que perdamos nuestro olor original y demos fruto apacible.

Jeremías 18:1-6. La señal del alfarero y el barro. RVR60. Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.
El hombre debe estar en paz con Dios para que este fruto se produzca. Lo peor que uno puede hacer es murmurar y rebelarse cuando está siendo disciplinado. Uno puede afligirse, pero no debe murmurar ni rebelarse. Si uno tiene el fruto apacible dentro, espontáneamente participará de la santidad de Dios. Espero que ninguno de nosotros sea como Moab. Si nuestro olor sigue siendo el mismo por diez o veinte años, nunca ha producido fruto apacible ante Dios y no se ha forjado en nosotros un carácter santo.

Después de ser disciplinados. Algunas veces parece que la disciplina hace que las manos se detengan y las rodillas se paralicen. Pero aún en estas circunstancias brota el fruto apacible, el fruto de justicia. No piense que cuando una persona sufre mucha opresión y disciplina, no le queda nada por hacer. Después de ser disciplinados y quebrantados, necesitamos levantar las manos caídas y enderezar las rodillas paralizadas. Si una persona está en paz con Dios, tendrá justicia. Tan pronto como se calme y se someta a Dios, todo se acoplará debidamente. 

Al humillarnos, somos constituidos de un carácter santo. Aunque haya soportado muchas pruebas y experimentado muchas penalidades, de todos modos debe levantar las manos caídas y enderezar las rodillas paralizadas. Al mismo tiempo, debemos hacer sendas derechas para nuestros pies. Si un hermano se desvía, tal extravío podría dificultar que otros encuentren la senda derecha. Nosotros debemos producir fruto apacible. Esto no solamente nos mantiene en la senda recta, sino que también abrirá una senda derecha para que otros la sigan.

Salmo 51. RVR60. Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades.

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Haz bien con tu benevolencia a Sion; Edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada; Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.

La disciplina de Dios nunca debe ser tomada como una señal de su rechazo, sino más bien es una señal clara de que somos sus hijos. La palabra dice: Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí (Mateo 11:39-30), esto no es simplemente una poesía, una expresión bonita o poética, se está refiriendo a ese elemento de la vida cristiana, cuando usted entra a una relación con Cristo, él le pone su yugo, para formar a un hombre, una mujer útil para el evangelio y de bendición para su vida. La gente más feliz en este mundo, son todos aquellos que se dejan disciplinar por Dios. No menosprecie la disciplina del Señor. Bendiciones.

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