En la iglesia
se habla del poder de Dios, de victorias, de guerras espirituales y que somos más
que vencedores, pero muy poco se nos habla para preparamos para cuando vengan
esos momentos. Cuando oramos por una sanidad y no llega, creemos que Dios nos
ha abandonado, se muere alguien por el que estuvimos orando muchos años, y
decimos ¿Qué paso?, ¿Dónde está Dios?, hay que saber que eso es parte de la
vida y que Dios puede tomar todas esas situaciones para bien nuestro. La prueba
es para prepararnos y ser más fuertes, mejores, para revelar el carácter de
Cristo: La disciplina nos prepara para producir frutos para vida eterna, la
disciplina corrige al que es recibido
por hijo, la disciplina es para forjar en hombres y mujeres que expresen el
carácter de Jesucristo en su forma de vida.
Hebreos 12:4-11. RVR60. Porque aún no habéis resistido
hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la
exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies
la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el
Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si
soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel
a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual
todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra
parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los
venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y
viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a
ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que
participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente
parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de
justicia a los que en ella han sido ejercitados.
Detrás
de cada hecho que nos sucede, y detrás de cada circunstancia que nos rodea,
está la mano de Dios que, amorosamente, nos disciplina para que alcancemos la
madurez. El apóstol dijo a los hebreos que, aunque habían sufrido mucho y
pasado muchas pruebas y persecuciones en su lucha contra el pecado, todavía no
habían resistido hasta derramar sangre. A este respecto, se quedaron cortos de
lo que sufrió nuestro Señor (Hebreos 12:2. RVR60. Puestos los ojos en
Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él
sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de
Dios).
Todo
campeón de algún deporte, practica la disciplina. De hecho, casi sin excepción,
los ganadores son exitosos por causa de la disciplina, la que les da origen a
los hábitos exitosos. No sólo la disciplina afila la mente y pone el cuerpo en
condiciones, sino que produce también un efecto que es la seguridad en la
victoria y en la obtención de los logros y metas. Como un niño que recibe
disciplina de sus padres, se siente seguro en su amor, así la persona que
recibe la disciplina divina tiene confianza que le van a suceder cosas buenas y
no malas.
Lo
que los creyentes sufren no puede nunca compararse con lo que el Señor sufrió.
¿Qué debe esperar una persona después de ser salva? No hemos de dar una
esperanza indebida a los hermanos. Les deberíamos enseñar que van a encontrar
muchos problemas en el futuro, pero el propósito y el designio de Dios están
detrás de todo ello. En Hebreos
12:5-6, el apóstol cita Proverbios
3, y dice que si el Señor nos disciplina, no
debemos menospreciar esa disciplina como algo sin importancia, y que si el
Señor nos reprende, no debemos desmayar.
Algunos
consideran triviales las dificultades, los sufrimientos y la disciplina que
Dios les manda, de modo que pasa inadvertida para ellos. Otros desmayan cuando
el Señor los reprende y los tiene en sus manos. Piensan que ya han sufrido
demasiado en medio de sus circunstancias, y que la vida cristiana es muy
difícil. Desmayan y tambalean ante las dificultades que encuentran en el
camino. Ambas actitudes son incorrectas.
Muchos
hijos de Dios han sido salvos durante años, sin embargo, no ven el propósito
que Dios tiene al castigarlos. Pasan ciegamente por sus experiencias. No se preguntan
acerca de lo que atraviesan hoy, y lo dejan pasar inadvertidamente. Por una
parte, entonces, no debemos menospreciar la disciplina; por otra, no debemos
hacer demasiado escándalo al respecto. Debemos aprender a aceptar la disciplina
del Señor y comprender que la disciplina que nos inflige y el oprobio que
llevamos siempre tienen un propósito.
Santiago 1:12-14. RVR60. Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque
cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado
de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a
nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es
atraído y seducido.
Ningún padre disciplina al hijo de otro;
a ningún padre le preocupa si el hijo del vecino es buen hijo o un mal hijo,
pero sí disciplina específicamente a sus propios hijos. El padre tiene un plan
definido al disciplinar a su hijo y lo moldea para que desarrolle cierto
carácter. Del mismo modo, desde el día en que fuimos salvos, Dios ha estado
operando en nosotros según un plan definido. Él desea que aprendamos ciertas
lecciones a fin de que seamos conformados a su naturaleza y que seamos como Él.
Su meta es hacernos cierta clase de personas. Nuestros padres carnales nos
disciplinaban y los respetábamos. Reconocíamos que la disciplina era correcta y
la aceptábamos. ¿No es mucho mejor someternos al Padre de los espíritus y
vivir? Esto nos muestra que la filiación nos conduce a la disciplina, y ésta
produce sumisión.
Nos sujetamos a Dios en dos asuntos: en
sus mandamientos (los preceptos que constan en la Biblia), y en su corrección,
es decir, lo que Dios hace en nuestras circunstancias. En muchas ocasiones, es
suficiente obedecer la palabra de Dios. Pero hay casos en los que también
tenemos que sujetarnos a la disciplina de Dios. Él ha dispuesto muchas cosas en
nuestro ambiente, y nosotros debemos aprender las lecciones que ellas nos
ofrecen. Debemos estar conscientes de la clase de personas que somos a los ojos
de Dios. Somos rebeldes y obstinados por naturaleza. Somos como niños
traviesos, que no obedecen a menos que el padre tenga una vara en la mano. Sólo
prestamos atención cuando se nos castiga. Si no se nos azota, seguimos orondos.
Por esta razón, la disciplina es absolutamente necesaria. Deberíamos conocernos
a nosotros mismos; no somos tan simples como pensamos. El apóstol nos mostró
que el fin del castigo es hacernos humildes y obedientes. Estas son virtudes
indispensables.
Con frecuencia, los padres disciplinan a
sus hijos de manera indebida, pero la disciplina de Dios no es motivada por el
enojo a modo de retribución: tiene un carácter constructivo, y su objetivo es
nuestro beneficio. ¿Qué beneficio obtenemos de esta disciplina? Dios nos
disciplina con el propósito de que participemos de su santidad, su naturaleza y
su carácter. La Biblia habla de diferentes clases de santidad. Que Cristo sea
nuestra santidad, es una cosa, pero que nosotros seamos santificados en Él, es
otra. La santidad de la que habla aquí se forja en nosotros; no es un don que
recibamos repentinamente, y se relaciona con nuestra constitución. La santidad
que se menciona aquí es forjada en nosotros por medio de la disciplina, de
azotes y de la obra diaria que Dios realiza en nuestro interior. Si
permanecemos bajo la disciplina de Dios, conoceremos gradualmente lo que es
santidad. Si permanecemos en ella hasta el final, seremos santos en todo
nuestro carácter.
Proverbios
3:1-8. La confianza en el Señor. Nueva Traducción Viviente (NTV). Hijo mío, nunca olvides las cosas que te he
enseñado; guarda mis mandatos en tu corazón. Si así lo haces, vivirás muchos
años, y tu vida te dará satisfacción. ¡Nunca permitas que la lealtad ni la
bondad te abandonen! Átalas alrededor de tu cuello como un recordatorio.
Escríbelas en lo profundo de tu corazón. Entonces tendrás tanto el favor de
Dios como el de la gente, y lograrás una buena reputación.
Confía
en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca
su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar. No te
dejes impresionar por tu propia sabiduría. En cambio, teme al Señor y aléjate
del mal. Entonces dará salud a tu cuerpo y fortaleza a tus huesos.
Honra
al Señor con tus riquezas y con lo mejor de todo lo que produces. Entonces él
llenará tus graneros, y tus tinajas se desbordarán de buen vino. Hijo mío, no rechaces
la disciplina del Señor ni te enojes cuando te corrige. Pues el Señor corrige a
los que ama, tal como un padre corrige al hijo que es su deleite. Alegre es el
que encuentra sabiduría, el que adquiere entendimiento. Pues la sabiduría da
más ganancia que la plata y su paga es mejor que el oro.
La
sabiduría es más preciosa que los rubíes; nada de lo que desees puede
compararse con ella. Con la mano derecha, te ofrece una larga vida; con la
izquierda, riquezas y honor. Te guiará por sendas agradables, todos sus caminos
dan satisfacción. La sabiduría es un árbol de vida a los que la abrazan; felices
son los que se aferran a ella. Con sabiduría el Señor fundó la tierra, con
entendimiento creó los cielos. Con su conocimiento se abrieron las fuentes
profundas de la tierra e hizo que el rocío se asiente bajo el cielo nocturno.
Hijo
mío, no pierdas de vista el sentido común ni el discernimiento. Aférrate a
ellos, porque refrescarán tu alma; son como las joyas de un collar. Te
mantienen seguro en tu camino, y tus pies no tropezarán. Puedes irte a dormir
sin miedo; te acostarás y dormirás profundamente. No hay por qué temer la
calamidad repentina ni la destrucción que viene sobre los perversos, porque el
Señor es tu seguridad. Él cuidará que tu pie no caiga en una trampa.
No
dejes de hacer el bien a todo el que lo merece, cuando esté a tu alcance
ayudarlos. Si puedes ayudar a tu prójimo hoy, no le digas: «Vuelve mañana y
entonces te ayudaré». No trames hacerle daño a tu vecino, porque los que viven
cerca confían en ti. No busques pelea sin motivo, cuando nadie te ha hecho
daño. No envidies a las personas violentas, ni imites su conducta. El Señor
detesta a esa gente perversa; en cambio, ofrece su amistad a los justos.
El
Señor maldice la casa del perverso, pero bendice el hogar de los justos. El Señor
se burla de los burlones, pero muestra su bondad a los humildes. Los sabios
heredan honra, ¡pero los necios son avergonzados!
¡Necesitamos mucha disciplina para que
Dios pueda forjar en nosotros un carácter santo! Ante Dios tenemos una cantidad
limitada de años para crecer en la vida cristiana. Si evadimos la disciplina de
Dios, o no permitimos que produzca el efecto esperado, nuestra pérdida será, en
verdad, una pérdida eterna. Dios no solamente nos imparte su santidad como un
don, sino que también desea que participemos de ella por medio de la disciplina
que nos aplica. Necesitamos toda clase de reveses, dificultades, ajustes,
fracasos, exhortaciones y correcciones para poder participar del carácter santo
de Dios. Este es uno de los varios aspectos de la salvación descrita en el
Nuevo Testamento. Dios primero nos da algo, y luego forja eso mismo en
nosotros. Cuando tenemos ambos aspectos, tenemos la salvación plena. Uno es un
don de Cristo, y el otro es lo que forja el Espíritu Santo en nosotros.
Todo hijo de Dios debe darse cuenta de
que Dios ha preparado muchas lecciones para Él y ha tomado las medidas
necesarias disponiendo las circunstancias, las experiencias y los sufrimientos,
con el propósito de producir cierto carácter. Tenemos que reconocer la mano de
Dios, la cual nos guía en toda circunstancia. Tan pronto nos salgamos del
camino recto, su mano estará sobre nosotros y nos herirá para hacernos volver.
Todo hijo de Dios debe estar preparado para aceptar la mano disciplinaria de Dios.
Solamente los cristianos pueden
participar de los azotes y la disciplina de Dios. Nosotros recibimos
disciplina, no castigo. El castigo es la retribución por nuestros errores,
mientras que la disciplina tiene el propósito de educarnos. Somos castigados por
haber hecho algo malo y, por ende, corresponde al pasado. La disciplina también
se relaciona con nuestros errores, pero se aplica con miras al futuro y tiene
un propósito. Puedo decir con confianza que Dios desea que cada uno de sus
hijos lo glorifique en ciertas áreas, cada uno de diferente manera. Cada cual
tiene su porción en su área específica.
Los hijos de Dios verdaderamente
experimentarán una gran pérdida si no entienden la disciplina. Muchas personas
durante años llevan vidas llenas de necedad a los ojos de Dios. Les es
imposible avanzar. No tienen idea de lo que el Señor desea hacer en ellos.
Andan según sus propios deseos y vagan en el desierto, sin restricción y sin
rumbo. Dios no actúa de esta manera. Él tiene un propósito en todo lo que hace y
actúa con el propósito de moldear un carácter sólido en nosotros para que
podamos glorificar su nombre.
El fruto de
la disciplina. Hebreos 12:11-13. RVR60. Es
verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de
tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido
ejercitados. Los que rechazan la gracia de Dios, por lo cual, levantad las
manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros
pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.
Muchas
veces se tiene la impresión de que Dios escarba hasta llegar a las raíces de la
persona. Tal vez experimente cómo Dios le desarraiga por medio de los
sufrimientos. Quizá sea despojado de todo lo que tiene. Esto es ser vaciado de
vasija en vasija. La mano de Dios nos triturará completamente, a fin de sacar
nuestro sedimento. No piense que la quietud y la comodidad son buenas. La
quietud de Moab hizo que él siguiera siendo Moab para siempre. Debido a que
Moab nunca había sido disciplinado por Dios, su sabor permaneció en él y su
olor no cambió. Esta es la razón por la cual Dios desea eliminar su sabor y
cambiar su olor. Usted tenía cierta clase de sabor y olor antes de creer en el
Señor. Es probable que hoy, después de diez años, esté igual. Si es así, Dios
no ha forjado ni esculpido nada en usted.
La
disciplina de Dios es verdaderamente valiosa. El desea desarraigarnos y
verternos de vasija en vasija. Dios nos disciplina de diferentes maneras para
que perdamos nuestro olor original y demos fruto apacible.
Jeremías 18:1-6. La señal del alfarero y el
barro. RVR60. Palabra de Jehová que vino a
Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír
mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre
la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y
volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a
mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este
alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano
del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.
El
hombre debe estar en paz con Dios para que este fruto se produzca. Lo peor que
uno puede hacer es murmurar y rebelarse cuando está siendo disciplinado. Uno
puede afligirse, pero no debe murmurar ni rebelarse. Si uno tiene el fruto
apacible dentro, espontáneamente participará de la santidad de Dios. Espero que
ninguno de nosotros sea como Moab. Si nuestro olor sigue siendo el mismo por
diez o veinte años, nunca ha producido fruto apacible ante Dios y no se ha
forjado en nosotros un carácter santo.
Después de
ser disciplinados. Algunas veces parece
que la disciplina hace que las manos se detengan y las rodillas se paralicen.
Pero aún en estas circunstancias brota el fruto apacible, el fruto de justicia.
No piense que cuando una persona sufre mucha opresión y disciplina, no le queda
nada por hacer. Después de ser disciplinados y quebrantados, necesitamos
levantar las manos caídas y enderezar las rodillas paralizadas. Si una persona
está en paz con Dios, tendrá justicia. Tan pronto como se calme y se someta a
Dios, todo se acoplará debidamente.
Al humillarnos, somos constituidos de un
carácter santo. Aunque haya soportado muchas pruebas y experimentado muchas
penalidades, de todos modos debe levantar las manos caídas y enderezar las
rodillas paralizadas. Al mismo tiempo, debemos hacer sendas derechas para
nuestros pies. Si un hermano se desvía, tal extravío podría dificultar que
otros encuentren la senda derecha. Nosotros debemos producir fruto apacible.
Esto no solamente nos mantiene en la senda recta, sino que también abrirá una senda
derecha para que otros la sigan.
Salmo
51. RVR60. Ten piedad de mí, oh Dios, conforme
a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis
rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo
he pecado, he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo
en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad he sido
formado, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú amas la verdad en lo
íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con
hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y
alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis
pecados, y borra todas mis maldades.
Crea
en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No
me eches de delante de ti, no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo
de tu salvación y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los
transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de
homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia.
Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio,
que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu
quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Haz
bien con tu benevolencia a Sion; Edifica los muros de Jerusalén. Entonces te
agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo
quemada; Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.
La
disciplina de Dios nunca debe ser tomada como una señal de su rechazo, sino más
bien es una señal clara de que somos sus hijos. La palabra dice: Llevad mi yugo
sobre vosotros y aprended de mí (Mateo 11:39-30), esto no es simplemente
una poesía, una expresión bonita o poética, se está refiriendo a ese elemento
de la vida cristiana, cuando usted entra a una relación con Cristo, él le pone
su yugo, para formar a un hombre, una mujer útil para el evangelio y de
bendición para su vida. La gente más feliz en este mundo, son todos aquellos
que se dejan disciplinar por Dios. No menosprecie la disciplina del Señor. Bendiciones.
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