Santiago
1:12-18. RVR60. Soportando las pruebas. Bienaventurado
el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba,
recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando
alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no
puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es
tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la
concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo
consumado, da a luz la muerte.
Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don
perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza,
ni sombra de variación. El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de
verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.
Según la definición del
diccionario bíblico la concupiscencia es el apetito desordenado de placeres
carnales del ser humano. En griego epithumia (ἐπιθυμία, Concordancia
Strong G1939), denota un intenso deseo de cualquier tipo, especificándose
frecuentemente los varios tipos con algún adjetivo.
Romanos
6:9-14. BLS. Sabemos
que Jesucristo resucitó, y que nunca más volverá a morir, pues la muerte ya no
tiene poder sobre él. Cuando Jesucristo murió, el pecado perdió para siempre su
poder sobre él. La vida que ahora vive, es para agradar a Dios.
De igual manera, el pecado ya no tiene poder sobre ustedes, sino
que Cristo les ha dado vida, y ahora viven para agradar a Dios. Así que no
dejen que el pecado los gobierne, ni que los obligue a obedecer los malos
deseos de su cuerpo. Ustedes ya han muerto al pecado, pero ahora han vuelto a
vivir. Así que no dejen que el pecado los use para hacer lo malo. Más bien,
entréguense a Dios, y hagan lo que a él le agrada. Así el pecado ya no tendrá
poder sobre ustedes, porque ya no son esclavos de la ley. Ahora están al
servicio del amor de Dios,
En Romanos
6:9-14. BLS, el requerimiento a no dejar que reine el pecado en nuestro cuerpo
mortal para obedecerle en sus concupiscencias, se refiere a aquellos malos
deseos que están listos para expresarse en una actividad corporal.
Son igualmente las concupiscencias
de la carne («deseos», Gálatas 5:16; Efesios
2:3; 2 Pedro 2:18; 1 Juan 2:16), frase que describe las emociones
del alma, la tendencia natural hacia lo malo. Tales concupiscencias no son
necesariamente ruines e inmorales; pueden ser de carácter refinado, pero son
malas si son incoherentes con la voluntad de Dios.
Otras descripciones además de las
ya mencionadas son: «de los pensamientos» (Efesios
2:3); «malos deseos» (Colosenses 3:5); «pasión
de» (1 Tesalonicenses 4:5); «necias
y dañosas» (1 Timoteo 6:9);
«juveniles» (2 Timoteo 2:22);
«diversas» (2 Timoteo 3:6); «sus
propias» (2 Timoteo 4:3; 2 Pedro 3:3; Judas 1:16);
«mundanos» (Tito 2:12); «su
propia» (Santiago 1:14); «que antes
teníais»; «carnales» (Santiago 2:11); «de los
hombres»; «de inmundicia» (2 Pedro 2:10, VM); «de los
ojos» (1 Juan 2:16); «del
mundo» (sus), v.17; «sus
malvados» (Judas 1:18). En Apocalipsis 18:14: «los frutos
codiciados por tu alma» es, lit., «la concupiscencia de tu alma», malos deseos,
anhelo apasionado, lujuria.
La mayoría de las palabras en la
biblia que se traducen como "concupiscencia" significan "un
deseo apasionado". Un fuerte deseo puede ser bueno o malo, dependiendo del
objetivo de ese deseo y el motivo detrás de él. Dios creó el corazón humano con
la capacidad para un deseo apasionado con el propósito de que lo anhelemos a él
y a su justicia (Salmo 42:1-2; Salmo 73:25). Sin
embargo, el concepto de "concupiscencia" generalmente ahora es
asociado con un apasionado deseo por algo que Dios ha prohibido, y se ve la
palabra como sinónimo de deseo sexual o materialista.
Santiago
1:14-15
nos da la progresión natural del deseo o la
concupiscencia desenfrenada: "sino que cada uno es tentado, cuando de su propia
concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que
ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la
muerte". Según este pasaje, el deseo o
la concupiscencia pecaminosa comienzan con un deseo perverso. No es pecado el
ser tentado por el mal. Jesús fue tentado (Mateo 4:1).
El pecado comienza cuando el deseo
perverso "nos arrastra" de donde nuestros corazones necesitan estar.
Cuando un deseo perverso se presenta, tenemos una elección. Podemos rechazarlo
como lo hizo Jesús, y centrarnos nuevamente en el camino que Dios ha puesto
delante nuestro (Mateo 4:10), o
podemos entretenerlo. Como alguien dijo una vez, "no puedo evitar que las
aves vuelen sobre mi cabeza, pero si puedo evitar que hagan nido en ella".
Cuando la tentación nos atrae, debemos recordar que no estamos indefensos.
Podemos optar por ceder o resistir.
La razón por la que somos
"arrastrados" por la tentación es que somos "seducidos".
Esa palabra en griego se refiere a cebo, como en un anzuelo. Cuando un pez ve a
la lombriz moviéndose, es atraído por ella y se sujeta. Una vez que el anzuelo
está listo, se puede "arrastrar". Cuando nos encontramos con la
tentación, debemos rechazar inmediatamente como José lo hizo cuando fue tentado
por la esposa de Potifar (Génesis 39:11-12). La duda
abre la puerta a la tentación. El nombre que Romanos
13:14
le da a esa duda es "proveer para los deseos de la
carne".
Así como los incautos peces, nos
agarramos del pensamiento tentador, creyendo que nos deleitará y saciará.
Saboreamos la fantasía, imaginamos escenarios nuevos y pecaminosos, y
entretenemos la idea de que Dios no ha provisto todo lo que necesitamos para la
felicidad (Génesis 3:2-4). Esto es absurdo. Segunda
Timoteo 2:22 dice, "Huye también de las pasiones
juveniles. …". "Huir"
significa despegar inmediatamente. José no se quedó ahí considerando sus
opciones. Él reconoció la tentación sexual y corrió. Cuando dudamos, hacemos
provisión para la carne y le damos la oportunidad de elegir el mal. A menudo,
nos vemos abrumados por su poder. Sansón era un hombre fuerte físicamente, pero
no era compatible con su propia concupiscencia (Jueces 16:1).
El siguiente paso en la progresión
hacia abajo de la tentación, según Santiago 1, es que
"la concupiscencia concibe". El deseo o concupiscencia comienza como
una semilla, un pensamiento repleto de deseo equivocados. Si permitimos que las
semillas de la concupiscencia germinen, ellos crecerán en algo más grande, más
poderoso, más difícil de desarraigar. La tentación se convierte en pecado cuando
se permite que germine. El deseo adopta vida propia y se convierte en
concupiscencia. Jesús dejó claro que la concupiscencia es pecado, incluso si
físicamente no lo llevamos a cabo (Mateo 5:27-28). Nuestros
corazones son el campo de Dios, y cuando permitimos que la maldad crezca allí,
profanamos su templo (1 Corintios 3:16;
6:19).
Los malos deseos asedian a cada
ser humano. El décimo mandamiento prohíbe la codicia, lo que significa el deseo
por algo que no es nuestro (Deuteronomio 5:21;
Romanos 13:9). El corazón humano está buscando constantemente complacerse a sí
mismo, y la concupiscencia comienza cuando descubre algo o alguien y cree que
lo va a satisfacer.
Marcos
7:14-23. BLS. Lo que realmente contamina al hombre. Luego
Jesús llamó a la gente y dijo: «Escúchenme todos, y entiendan bien: La comida
que entra por su boca no los hace impuros delante de Dios. Lo que los hace
impuros son los insultos y malas palabras que salen de su boca.» Cuando Jesús
dejó a la gente y entró en la casa, los discípulos le preguntaron qué
significaba esa enseñanza. Él les respondió: «¿Tampoco ustedes entienden? Nada
de lo que entra en la persona la hace impura delante de Dios. Lo que se come no
va a la mente sino al estómago, y después el cuerpo lo expulsa.» Jesús dijo eso
para que supieran que ningún alimento es impuro.
Y también dijo: «Lo que hace impura delante de Dios a la gente,
es lo que la gente dice y hace. Porque si alguien dice cosas malas, es porque
es malo y siempre está pensando en el mal, y en cómo hacer cosas indecentes, o
robar, o matar a otros, o ser infiel en el matrimonio. Esa gente vive pensando
solamente en cómo hacerse rica, o en hacer maldades, engañar, ser envidiosa,
insultar y maldecir a otros, o en ser necia y orgullosa.»
Sólo cuando nuestros corazones
están dedicados a la gloria de Dios podemos vencer los deseos intrusos y
conquistar la concupiscencia. Cuando nos rendimos al Señor, nos damos cuenta
que nuestras necesidades son suplidas en una relación con él. Debemos "llevar cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo" (2
Corintios 10:5). Debemos permitir que el Espíritu Santo mantenga nuestros
pensamientos donde él quiere que estén. Es de mucha ayuda el orar diariamente
las palabras del Salmo 19:14 "Sean gratos los dichos de mi boca y
la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor
mío". Cuando el deseo de nuestro
corazón es agradar a Dios más que a nosotros mismos, podemos mantener a raya a
la concupiscencia. Nuestra debilidad es nuestro mayor recurso para demostrar el
poder de Dios y su amor. Nuestro poder es más que una muestra de nuestra
debilidad.
Muchas personas tratan de
justificar su manera de vivir diciendo que “debido” a la debilidad de la carne,
hoy día no se pude ser fiel a Dios. Ellos entienden que el problema o la razón
de su situación personal es “externa” a ellos, por ejemplo: Los programas de
televisión, los compañeros de trabajo o escuela, familiares, otros.
La realidad es que el problema
comienza por y en nosotros mismos. La Biblia dice en Romanos 7:21-25. RVR60. Así que, queriendo
yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre
interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que
se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado
que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de
muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con
la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Tenemos que comenzar, aceptando
como realidad, que el problema se origina en nosotros mismos, y debemos dejar,
el tratar de justificarle a Dios, la razón por la cual no podemos vencer
nuestros deseos carnales.
La Biblia nos señala que los
deseos, pasiones y placeres de la carne, tienen como resultado final la muerte
y separación de Dios (Santiago 1:15. RVR60. Entonces
la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado,
siendo consumado, da a luz la muerte; Romanos 6:23; Romanos 3:23). También
menciona que no combatir esos deseos hace que la carne y el pecado nos esclavice
(Juan 8:34. RVR60. Jesús les respondió: De cierto, de cierto
os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado)
La Biblia nos dice que no
permitamos o proveamos que el pecado y los deseos de la carne reinen en
nuestros cuerpos (Romanos 13:14. RVR60. Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no
proveáis para los deseos de la carne. Romanos 6:12. RVR60. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de
modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias)
Gálatas
6:7-8. RVR60. No os engañéis; Dios no puede ser
burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. 8Porque el
que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra
para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
Romanos
7:24. RVR60. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de
este cuerpo de muerte? Romanos 8:1. RVR60. Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no
andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
El apóstol Pablo después de haber
presentado la situación que tenemos en nuestros cuerpos con el pecado y la
carne. Situación que el escritor de los Hebreos
en el capítulo 12 verso 1 dice “…del pecado que nos asedia”, indicando
que nos tiene en estado de “sitio” rodeados. Pablo afirma en el capítulo 8 de Romanos “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús…”
La palabra condenación tiene dos
connotaciones dentro de este pasaje: primero se refiere al estado de perdición
en que se encuentra la persona que no tiene a Cristo, y segundo contiene una
referencia indirecta al pecado que es quebrado (cortado, desplazado) cuando la
persona se convierte. En otras palabras para que se destruyan las consecuencias
del pecado, primero tiene que ser destruido su poder, su fuerza, su capacidad
de esclavizar. Romanos 8:2. RVR60. Porque la ley (el poder) del Espíritu de vida en Cristo
Jesús me ha librado de la ley (el poder) del pecado y de la muerte.
Así como el pecado y la muerte
reinan en aquellos que no conocen a Cristo, el Espíritu y Cristo (camino, verdad y vida, Juan 14:6) reinan y permanecen en los
verdaderos creyentes.
Gálatas
5:25. RVR60.
Si vivimos
por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. Entonces, ¿para quiénes no hay ninguna condenación? para “los que no
andan conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. No hay puntos medios, o se anda conforme a la carne o
conforme al Espíritu; se piensa en las cosas carnales, o en las del Espíritu (v5); nos
ocupamos en las cosas de la carne, o en las del Espíritu (v6); si
vivimos conforme a la carne, no podemos vivir conforme al Espíritu (v8, 9); se
tiene al Espíritu de Dios, o no (v9); se está vivo, o muerto (v10); o se es hijo de Dios, o no se es (v16). También
debemos estar conscientes que el verbo “andar” es sinónimo de “vivir”. La vida
cristiana no consiste en buenas intenciones, ni en meros deseos; tampoco en
persuasiones académicas, ni en abstracciones teológicas. Esa vida es
eminentemente objetiva. La teología es práctica, no teórica.
La verdadera vida espiritual no se
limita a orar, leer la Biblia, cantar, asistir a la iglesia y trabajar
arduamente. Ésta consiste en la presencia del Espíritu ejerciendo un control,
que desplaza y vence al pecado, para que se manifiesten las cosas que son
agradables a Dios.
En el v5 Pablo
habla de aquellos “que
son del Espíritu”. Lo cual es indicativo de que primero uno está en el Espíritu o él
lo posee a uno; inmediatamente después se empieza a pensar en las cosas del
Espíritu (v5), y luego a ocuparse en las
cosas del Espíritu (v6). Uno no
puede ocuparse en las cosas del Espíritu sin pensar en ellas, y no puede pensar
en esas cosas si no es dominado por el Espíritu.
Los verbos “pensar” (v5) y “ocuparse” (v6) en el
idioma griego vienen de una misma raíz que denota mucho más que solamente un
proceso mental; implica la participación de todas las facultades del alma: la
razón, las emociones y las determinaciones (decisiones).
Ser guiado por el Espíritu de Dios
no significa que en ciertos momentos especiales o cruciales de la vida, uno
recurre a Dios para saber qué debemos hacer, sino que se refiere a la guianza,
la orientación total de la vida a través del Espíritu Santo, quien produce en
uno nuevos conceptos, orientaciones diferentes, inclinaciones muy distantes a
las anteriores, nuevos objetivos y propósitos, valores e ideales acordes a la
voluntad de Dios.
El creyente no puede tener doble
identidad; ser él y además cristiano; la carnal y la espiritual. La vida en el
Espíritu no es un uniforme para ocasiones especiales; no son experiencias
intermitentes, estados circunstanciales o esporádicos. Ocuparse de lo
espiritual o vida espiritual es la expresión genuina de la vida cristiana.
En Efesios
5:19-20, Pablo exhorta a estar llenos del Espíritu Santo, y luego, a
hablar con salmos, himnos y cánticos espirituales. Quien está lleno del
Espíritu Santo cantará y hablará de las cosas del Espíritu.
El espíritu Santo no sólo produce
adopción en nosotros, también da conciencia y convicción de esta nueva
identidad con Dios. Uno no puede ser hijo de Dios y no saberlo. El Espíritu
Santo nos indica todo lo que implica esa relación con Dios.
Romanos
8:9-10. RVR60.
Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el
Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene
el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo
en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la
justicia. Aquí encontramos que hay dos afirmaciones fuertes que garantizan al
creyente ser propiedad de Dios: el creyente no vive según la carne (naturaleza
humana o terrenal; deseos o pasiones), y el cuerpo está muerto en referencia al
pecado. Esto es, solamente quienes son propiedad exclusiva de Dios, y en
quienes el Espíritu ha hecho su morada (casa, residencia) tienen victoria sobre
el pecado.
Esto significa que ser cristiano
no consiste solamente en hacer una confesión de fe y abrazar una creencia, sino
en tener una experiencia transformadora que nos hace vencer el pecado de afuera
(externo) que se presenta como una tentación, y el pecado de adentro (interno)
que se manifiesta como una fuerza.
Romanos
8:11. RVR60. Y
si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el
que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos
mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
Romanos
8:26-27. RVR60. Y de igual manera el Espíritu nos ayuda
en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos,
pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el
que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque
conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
Es importante notar que cuando el
texto dice que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, no se refiere a
situaciones de tentación o para salir de apuros cuando hemos provocado un
problema, sino que se refiere a la ayuda que nos presta cuando nos acercamos a
Dios. Es una ayuda para alcanzar los niveles espirituales a los cuales Dios
desea llevar al creyente. El espíritu no está en el creyente tan sólo para
socorrerlo del mal, sino para introducirlo profundamente en las cosas de Dios.
La vida en el espíritu es mucho
más que mantener una guerra sin cuartel con aquello que es pecaminoso. No
consiste en aceptar que hay dos fuerzas idénticas en poder: el bien y el mal;
la carne y el Espíritu; el diablo y Cristo. ¡No! La vida en el Espíritu es la
presencia dinámica del Espíritu de Dios en el creyente, remontándolo a las
alturas espirituales
Hebreos
10:16. RVR60. Este es el pacto que haré con ellos
Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y
en sus mentes las escribiré. La palabra de Dios se tiene que
poner (atesorar, guardar, retener) en el corazón del creyente, y esto tiene dos
propósitos: La palabra
se convierte en deseo. Salmo 119:11. RVR60. En mi
corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti. Daniel 1:8.
RVR60. Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse
con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por
tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse. Salmo
51:10. RVR60. Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. Jeremías 11:20. RVR60.
Pero, oh Jehová de los ejércitos, que juzgas con
justicia, que escudriñas la mente y el corazón, vea yo tu venganza de ellos;
porque ante ti he expuesto mi causa. Proverbios 21:2. RVR60. Todo camino del hombre es recto en su propia opinión;
Pero Jehová pesa los corazones.
La palabra se torna en espada que
combate los malos pensamientos (frutos de la carne Gálatas 5) que salen del
corazón.
Mateo
15:18-19. RVR60. Pero lo que sale de la boca, del
corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos
pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos,
los falsos testimonios, las blasfemias. Lucas 8:14-15. RVR60. La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero
yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida,
y no llevan fruto. Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con
corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.
Efesios
6:17. RVR60.
Y tomad el
yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; La palabra de Dios se tiene que escribir (registrar) en LA
MENTE del creyente. Esta palabra será la espada espiritual que utilizaremos
para vencer TODO pensamiento externo que quiera llegar a contaminarnos el
corazón.
Juan
14:23-24. RVR60. Respondió Jesús y le dijo: El que
me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que
habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Romanos 8:37. RVR60.
Antes, en todas estas cosas somos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó. Gálatas 5:24. RVR60. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con
sus pasiones y deseos. 2 Corintios 10:4. RVR60. Porque
las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la
destrucción de fortalezas. Gálatas 2:20. RVR60. Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y
lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me
amó y se entregó a sí mismo por mí. Santiago 1:12. RVR60. Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque
cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman.
1 Juan 1:9, 2:1-2. RVR60. “Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad….Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no
solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”
Tan pronto
como le confesamos nuestros pecados a Dios, Él nos perdona. El ceder a la
tentación significa pecado y el pecado necesita nada más y nada menos que
perdón y pedir perdón a aquellos que probablemente herimos, aprender la lección
que tengamos que aprender y seguir adelante. Es necesario reconocer la
condición de nuestro corazón, enfrentar nuestra situación, aceptar el perdón de
Dios y la ayuda de su Espíritu Santo por medio de la obra redentora de nuestro
Señor Jesucristo. Acerquémonos confiadamente ante el trono de la gracia con
un corazón genuino y arrepentido para que alcancemos el favor del perdón, de la
restauración y la bendición de Dios en nuestras vidas. Bendiciones.
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