Hoy vamos a estudiar acerca del Tribunal de Cristo: el juicio por mayordomía para cada persona que ha entregado su corazón
y su vida al Señor y será en base al servicio de lo que hizo para Dios a partir
de ese momento ya que está escrito que los dones y el llamamiento son
irrevocables. Es un juicio a creyentes lavados y justificados por la sangre de
Jesús. La misma naturaleza nos enseña que lo bueno debe ser premiado y que lo
malo debe ser castigado. Así también lo es en el plano espiritual. La
desobediencia, la mala voluntad, la negligencia, el egoísmo, el desamor, la
carnalidad, el medrar la Palabra, las malas obras, son dignas de castigo; en
cambio, la obediencia, la buena voluntad, la diligencia, el servicio de amor,
la obra de fe, el amor al Señor, la espiritualidad, el guardar la Palabra, la
lealtad, las buenas obras, necesariamente deben ser premiadas. Es justo que así
sea. No puede ser que lo malo tenga el mismo fin que lo bueno.
2 Corintios 5:10. Porque
es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para
que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea
bueno o sea malo. Romanos 14:7. Porque
ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos,
para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que
vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y
resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que
viven. Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué
menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de
Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará
toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de
nosotros dará a Dios cuenta de sí.
Cuando
una persona ha decidido aceptar al Señor Jesucristo como Rey, Señor y Salvador,
debe tener en cuenta que ha sido justificado para el día del juicio final,
siempre y cuando coloque su fe y su mirada en Dios permaneciendo en la
obediencia y la dependencia en amor a la Palabra de Dios con la ayuda del
Espíritu Santo.
Juan 3:16-21. Porque de
tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios
a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por
él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta
es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace
lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea
manifiesto que sus obras son hechas en Dios.
2 Corintios 5:21. Al
que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él. 1 Pedro 2:24. Quien
llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que
nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya
herida fuisteis sanados.
Consideremos
lo que Dios nos ha dicho acerca del tribunal de Cristo tal como nos es expuesto
en Su Palabra con respecto a los creyentes. Sabemos que los que no conocen al
Señor Jesús como su Salvador y que mueren en sus pecados también tendrán que
comparecer ante Él, pero en una ocasión diferente y de una manera totalmente
distinta. Comparecerán ante Él como el Juez, ante el «Gran Trono Blanco» para ser juzgados por sus pecados, y por cuanto sus nombres no están
escritos en el libro de la vida, serán arrojados al lago de fuego (Apocalipsis 20:11-15).
Para
el creyente, el tribunal de Cristo tiene un carácter totalmente distinto. Es
para manifestación y recompensa. Es la manifestación de «lo que haya hecho
mientras estaba en el cuerpo»,
para que podamos conocer la valoración de nuestras vidas por parte del Señor,
bien para pérdida, bien para recompensa. Compareceremos ante Aquel que llevó el
juicio de nuestros pecados en la cruz del Calvario, sabiendo que Él mismo es
nuestra justicia (2 Corintios 5:21).
Nuestros
pecados no nos serán recordados como contra nosotros, pero nunca hasta entonces
sabremos cuán grande era la deuda de nuestro pecado. A menudo tenemos un
concepto muy pequeño de la grande carga de pecados que Él llevó por nosotros en
aquellas oscuras horas del Calvario. Pero todo tiene que ser traído a la luz,
como dijo el Señor Jesús (Lucas 8:17) La Biblia dice: «lo que haya hecho
mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo». Todo se manifestará entonces.
Ahora
bien, no había nada bueno en nuestras vidas antes de ser salvos, porque la
Biblia dice: «Los que viven según la carne no pueden agradar a
Dios». Romanos 8:8. Pero cuando Dios nos
salvó nos dio una vida nueva, la misma vida de Cristo. Como alguien ha dicho:
Él entonces comenzó la parte del haber de nuestras vidas, y ahora toma nota de
las cosas hechas por Él. Hasta un vaso de agua fría dado en Su Nombre, o un
pensamiento acerca de Su Nombre, o incluso nuestra confianza en Él, serán
manifestado y recibirá recompensa en aquel día. Las mismas cosas diarias de la
vida, si han sido hechas como para el Señor, serán recompensadas. Colosenses 3:23-24. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para
los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia,
porque a Cristo el Señor servís.
Sin
embargo, ha habido fracaso y pecado en nuestras vidas desde que fuimos salvos,
e incluso aunque todo ello fue llevado por el Señor Jesús en el Calvario, tiene
sin embargo que ser manifestado. No se trata de que vayamos a ser acusados por
todo ello, porque la ofrenda una vez por todas del Señor Jesús ha hecho
perfecto al creyente para siempre en cuanto a su posición delante de Dios (Hebreos 10:14); así leemos en 1 Juan 4:17: «Para que tengamos confianza
delante de él en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este
mundo».
¿Por
qué, pues, se mencionan las cosas «malas»
en 2 Corintios 5:10?
Como ya se ha mencionado, no sólo se revelarán ante este tribunal las riquezas
de Su gracia para salvarnos, sino que pensamos en Su longanimidad para con
nosotros incluso como creyentes.
¡Cuán
a menudo le hemos seguido de lejos como Pedro, y él nos ha devuelto a Sí! Él «confortará mi
alma» (Salmo
23:3). Puede que hayamos
desperdiciado nuestras vidas, o parte de ellas, viviendo para complacernos a
nosotros mismos, siendo que deberíamos haber vivido no para nosotros mismos,
sino para Aquel que murió por nosotros y resucitó (2 Corintios 5:14-15). Todo esto se
manifestará, porque sólo recibirá recompensa lo que haya sido hecho por Él en
obediencia a Su Palabra. El resto será todo pérdida, como aprendemos de 1 Corintios 3:8-15.
En
1 Corintios
3:15 aprendemos que uno cuyas
malas obras son quemadas es sin embargo personalmente salvo, porque es la obra
de Cristo lo único que quita nuestros pecados y que nos hace aptos para el
cielo, y no nuestras propias obras. Sin embargo, es posible tener un alma
salvada pero una vida perdida.
Ahora
bien, estos versículos que acabamos de considerar hablan de «las cosas hechas
mientras estábamos en el cuerpo»,
lo que nos da el pensamiento general de toda nuestra vida. Pasemos ahora a 1 Corintios 3:8-15, y veremos que este pasaje trata en particular acerca de nuestro
servicio para el Señor. Pensemos en las maravillosas palabras en el versículo 9, «Porque
nosotros somos colaboradores de Dios»,
y más maravilloso todavía, que el Señor Jesús, habiendo lavado todos nuestros
pecados en Su preciosa sangre, dice que habrá recompensa para nuestra labor por
Él, si es según Su voluntad (versículo 8).
El
Apóstol prosigue diciendo que se está construyendo un edificio espiritual en el
que tenemos el privilegio de colaborar. Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios,
fue usado para echar el fundamento, porque estas epístolas inspiradas
constituyen el fundamento del cristianismo.
Tomando
la Palabra de Dios como el fundamento de nuestro servicio para el Señor,
tenemos el privilegio de trabajar para Él. Pero seamos cuidadosos en seguir el
plan de Dios en nuestro servicio, porque si no es así, puede que estemos
edificando «madera, heno, hojarasca». Puede que nos sintamos
tan deseosos de ver resultados que nos apartemos de la verdad de Dios en
nuestro servicio, o que mezclemos la verdad y el error. Así como en un edificio
terrenal el inspector examina si una obra es conforme a los planos, así habrá
una manifestación de nuestro servicio y labor ante el Tribunal de Cristo. ¿Estamos construyendo con «oro,
plata y piedras preciosas», o con «madera, heno y hojarasca»? «El día la
declarará» (vv. 12-13).
El
fuego, el juicio de Aquel cuyos ojos son como llama de fuego que todo lo ve. (Apocalipsis 1:14) pondrá nuestra obra de manifiesto. «Si
permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de
alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así
como por fuego» (1 Corintios 3:14-15). «Y
también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente» (2
Timoteo 2:5).
Si
lo que Él nos ha dado lo empleamos en obediencia para Él, habrá recompensa,
como nos lo dice nuestro versículo. Naturalmente, nuestro motivo no debe ser la
recompensa, porque es Su amor lo que nos constriñe para vivir para Él, pero
será Su deleite dar recompensas. Tendremos el privilegio de ponerlas a Sus pies
y de darle a Él toda la gloria (Apocalipsis 4:10). La
Escritura habla de que el fiel pastor recibirá una «corona incorruptible de gloria» (1 Pedro
5:4). Pablo dijo: «Esta leve tribulación momentánea produce
en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios
4:17). Todo saldrá ante el Tribunal de Cristo.
En
1 Corintios
4:1-5 hallamos un tercer
aspecto del tribunal de Cristo. Aquí hallamos que Dios manifiesta los consejos
del corazón. Él sabe no sólo lo que hacemos, sino también por qué lo hacemos.
Él escudriña los corazones. Nosotros no conocemos nuestros propios corazones, y
mucho menos los corazones y motivos de los demás. No debemos juzgar las cosas
solamente por su apariencia, ni pasar juicio sobre nuestras propias vidas; todo
se manifestará aquel día. Si hemos tenido motivos errados y hemos hecho las
cosas para los ojos de los otros, y no realmente para el Señor, todo saldrá
entonces, «porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido,
que no haya de ser conocido, y de salir a la luz» (Lucas 8:17).
Quizá
hemos intentado hacer algo por amor al Señor Jesús, y no lo hemos hecho como
debíamos o como habíamos planeado. Quizá otros nos han criticado, pero el Señor
conocía nuestros corazones, y él recompensará el deseo. Como la niñita que
quería ayudar a su madre, pero dejó caer una valiosa pieza de porcelana,
rompiéndola. Su madre no podía recompensar la acción, pero recompensa
amantemente el deseo de la niña de complacerla. Por esto leemos aquí: «Entonces cada uno
recibirá su alabanza de Dios».
De cierto que cada uno de nosotros deberíamos alabarlo a Él, pero, ¿no es
maravilloso que Él vaya a alabarnos a nosotros?
Es
necesario que consideremos cómo nuestras acciones afectan a otros, y de manera
especial a los hijos de Dios, «porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno
muere para sí» (v. 7). Cuando pensamos acerca de
nuestra comparecencia allí en la presencia del Señor Jesús mientras que Él pasa
revista a nuestras vidas, veremos a otros con los que entramos en contacto, y
sabremos cómo les afectaron nuestras acciones. ¿Les fuimos de ayuda o estorbo?
¿Actuamos de manera irreflexiva y descuidada, o tratamos de darles aliento y
serles de ayuda?
Las recompensas. La
Escritura habla de la «corona de gloria» (1 Pedro 5:4),
de la «corona
de vida» (Santiago 1:12; Apocalipsis 2:10),
de la «corona
de justicia» (2 Timoteo 4:8) y de la «corona de gozo» (1 Tesalonicenses 2:19). Habla también de nuestra posición en el reino
según la fidelidad manifestada: «Tendrás autoridad sobre diez ciudades», «tendrás
autoridad sobre cinco ciudades» (Lucas 19:17,19).
Y
también: «Si
sufrimos, también reinaremos con él» (2 Timoteo 2:12). En tanto que en el estado eterno no hay el
aspecto de «reinar», la posición
es eterna (Apocalipsis 22:5) y las recompensas son eternas (2 Corintios 4:17; Gálatas 6:8; 1 Juan 2:17). La esposa aparece en el estado eterno con toda la hermosura
del día de las bodas, para el que se ha preparado de una manera práctica, «porque el lino
fino es las acciones justas de los santos» (Apocalipsis 19:8). ¡Lo que
ha sido hecho para el Señor Jesús nunca perderá su gran valor delante de Sus
ojos!
En
el Tribunal de Cristo, los creyentes son recompensados en base a cuán fielmente
sirvieron a Cristo (1 Corintios 9:24-27; 2 Timoteo 2:5). Las cosas por las que creo que seremos juzgados serán; qué
tan bien obedecimos a la Gran Comisión (Mateo 28:18-20), qué tan victoriosos
fuimos sobre el pecado (Romanos
6:1-4), qué tanto controlamos nuestra lengua (Santiago 3:1-9), etc. La Biblia habla de creyentes recibiendo coronas por diferentes
cosas, basadas en cuán fielmente sirvieron a Cristo (1 Corintios 9:24-27; 2 Timoteo 2:5).
Santiago 1:12 es un buen resumen de cómo debemos pensar acerca del
Tribunal de Cristo, “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque
cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman.”
Debemos aspirar a ser galardonados. Es lícito aspirar ser galardonado: “He aquí yo
vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su
obra" (Apocalipsis 22:12). Pablo amaba
ese premio; luchaba y combatía para lograrlo. Tal como Cristo tenía delante de
Él un gozo, el cual era la iglesia, por el cual fue capaz de sufrir la cruz y
el oprobio (“Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará
satisfecho”, Isaías 53:11), del mismo modo, Pablo tenía un gozo puesto delante, una
meta: el “premio
del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Esa meta no era, obviamente, la salvación, sino reinar con
Cristo en el milenio. Es una justa y lícita aspiración el ser “guardado
irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1
Tesalonicenses 5:23), y entrar así en el reino.
Lo
que por derecho no nos corresponde, Dios nos lo otorga por gracia. “Cosas que ojo no
vio, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los
que le aman”. En aquel día, como en un gran estadio y
delante de todos los santos espectadores, escucharás tu nombre resonar por la
potente voz de un ángel que te llamará al proscenio, y entonces la dulce voz de
tu Salvador y Rey, te dirá: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido
fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:23). Mayor será la gloria cuando seas coronado por
las propias manos del Señor Jesucristo, y tengas el gozo de echar tus coronas a
los pies de Aquel que ofreció la suya por ti y por mí, cuando se humilló al
encarnarse.
Una iglesia gloriosa. En el tribunal de Cristo se quemarán todas las
obras y aspectos de nuestro carácter que ofendan a la santidad de Dios.
Entonces se cumplirá la palabra profética de Efesios 5:25-27: “...a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia
gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese
santa y sin mancha”. La iglesia ha sido lavada de sus manchas por la preciosa
sangre de Cristo, por la Palabra revelada a los apóstoles y profetas, y,
finalmente – en el Tribunal de
Cristo– por la destrucción de las malas obras
realizadas durante la carrera en el servicio a su Señor. El Señor no obtiene la
iglesia gloriosa aquí abajo, sino que la obtiene del Tribunal.
Después
que el último de los vencedores de la fe sea coronado en el Tribunal de Cristo; y luego que se haya hecho la separación entre los que tienen coronas y
los que no la tienen, y el último de los distinguidos sea vestido de lino fino,
entonces se llevará a efecto esa grandiosa celebración que esperan los cielos: las bodas del Cordero.
Que
este estudio sea en nosotros una motivación más para servir al Señor de la
mejor manera el tiempo que nos quede de existencia sobre esta tierra en el
lugar, país y ciudad dónde nos encontremos. Bendiciones.
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