Nuestro deseo es que cada uno de los mensajes, así como cada uno de los ministerios y recursos enlazados, pueda ayudar como una herramienta al crecimiento, edificación y fortaleza de cada creyente dentro de la iglesia de Jesucristo en las naciones y ser un práctico instrumento dentro de los planes y propósitos de Dios para la humanidad. Cada mensaje tiene el propósito de dejar una enseñanza basada en la doctrina bíblica, de dar una voz de aliento, de edificar las vidas; además de que pueda ser adaptado por quien desee para enseñanzas en células o grupos de enseñanza evangelísticos, escuela dominical, en evangelismo personal, en consejería o en reuniones y servicios de iglesias.

El tribunal de Cristo°



Hoy vamos a estudiar acerca del Tribunal de Cristo: el juicio por mayordomía para cada persona que ha entregado su corazón y su vida al Señor y será en base al servicio de lo que hizo para Dios a partir de ese momento ya que está escrito que los dones y el llamamiento son irrevocables. Es un juicio a creyentes lavados y justificados por la sangre de Jesús. La misma naturaleza nos enseña que lo bueno debe ser premiado y que lo malo debe ser castigado. Así también lo es en el plano espiritual. La desobediencia, la mala voluntad, la negligencia, el egoísmo, el desamor, la carnalidad, el medrar la Palabra, las malas obras, son dignas de castigo; en cambio, la obediencia, la buena voluntad, la diligencia, el servicio de amor, la obra de fe, el amor al Señor, la espiritualidad, el guardar la Palabra, la lealtad, las buenas obras, necesariamente deben ser premiadas. Es justo que así sea. No puede ser que lo malo tenga el mismo fin que lo bueno.

2 Corintios 5:10. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Romanos 14:7. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven. Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.

Cuando una persona ha decidido aceptar al Señor Jesucristo como Rey, Señor y Salvador, debe tener en cuenta que ha sido justificado para el día del juicio final, siempre y cuando coloque su fe y su mirada en Dios permaneciendo en la obediencia y la dependencia en amor a la Palabra de Dios con la ayuda del Espíritu Santo.

Juan 3:16-21. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

2 Corintios 5:21. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. 1 Pedro 2:24. Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.

Consideremos lo que Dios nos ha dicho acerca del tribunal de Cristo tal como nos es expuesto en Su Palabra con respecto a los creyentes. Sabemos que los que no conocen al Señor Jesús como su Salvador y que mueren en sus pecados también tendrán que comparecer ante Él, pero en una ocasión diferente y de una manera totalmente distinta. Comparecerán ante Él como el Juez, ante el «Gran Trono Blanco» para ser juzgados por sus pecados, y por cuanto sus nombres no están escritos en el libro de la vida, serán arrojados al lago de fuego (Apocalipsis 20:11-15).

Para el creyente, el tribunal de Cristo tiene un carácter totalmente distinto. Es para manifestación y recompensa. Es la manifestación de «lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo», para que podamos conocer la valoración de nuestras vidas por parte del Señor, bien para pérdida, bien para recompensa. Compareceremos ante Aquel que llevó el juicio de nuestros pecados en la cruz del Calvario, sabiendo que Él mismo es nuestra justicia (2 Corintios 5:21).

Nuestros pecados no nos serán recordados como contra nosotros, pero nunca hasta entonces sabremos cuán grande era la deuda de nuestro pecado. A menudo tenemos un concepto muy pequeño de la grande carga de pecados que Él llevó por nosotros en aquellas oscuras horas del Calvario. Pero todo tiene que ser traído a la luz, como dijo el Señor Jesús (Lucas 8:17) La Biblia dice: «lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo». Todo se manifestará entonces.

Ahora bien, no había nada bueno en nuestras vidas antes de ser salvos, porque la Biblia dice: «Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios». Romanos 8:8. Pero cuando Dios nos salvó nos dio una vida nueva, la misma vida de Cristo. Como alguien ha dicho: Él entonces comenzó la parte del haber de nuestras vidas, y ahora toma nota de las cosas hechas por Él. Hasta un vaso de agua fría dado en Su Nombre, o un pensamiento acerca de Su Nombre, o incluso nuestra confianza en Él, serán manifestado y recibirá recompensa en aquel día. Las mismas cosas diarias de la vida, si han sido hechas como para el Señor, serán recompensadas. Colosenses 3:23-24. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.

Sin embargo, ha habido fracaso y pecado en nuestras vidas desde que fuimos salvos, e incluso aunque todo ello fue llevado por el Señor Jesús en el Calvario, tiene sin embargo que ser manifestado. No se trata de que vayamos a ser acusados por todo ello, porque la ofrenda una vez por todas del Señor Jesús ha hecho perfecto al creyente para siempre en cuanto a su posición delante de Dios (Hebreos 10:14); así leemos en 1 Juan 4:17: «Para que tengamos confianza delante de él en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo».

¿Por qué, pues, se mencionan las cosas «malas» en 2 Corintios 5:10? Como ya se ha mencionado, no sólo se revelarán ante este tribunal las riquezas de Su gracia para salvarnos, sino que pensamos en Su longanimidad para con nosotros incluso como creyentes.

¡Cuán a menudo le hemos seguido de lejos como Pedro, y él nos ha devuelto a Sí! Él «confortará mi alma» (Salmo 23:3). Puede que hayamos desperdiciado nuestras vidas, o parte de ellas, viviendo para complacernos a nosotros mismos, siendo que deberíamos haber vivido no para nosotros mismos, sino para Aquel que murió por nosotros y resucitó (2 Corintios 5:14-15). Todo esto se manifestará, porque sólo recibirá recompensa lo que haya sido hecho por Él en obediencia a Su Palabra. El resto será todo pérdida, como aprendemos de 1 Corintios 3:8-15.

En 1 Corintios 3:15 aprendemos que uno cuyas malas obras son quemadas es sin embargo personalmente salvo, porque es la obra de Cristo lo único que quita nuestros pecados y que nos hace aptos para el cielo, y no nuestras propias obras. Sin embargo, es posible tener un alma salvada pero una vida perdida.

Ahora bien, estos versículos que acabamos de considerar hablan de «las cosas hechas mientras estábamos en el cuerpo», lo que nos da el pensamiento general de toda nuestra vida. Pasemos ahora a 1 Corintios 3:8-15, y veremos que este pasaje trata en particular acerca de nuestro servicio para el Señor. Pensemos en las maravillosas palabras en el versículo 9, «Porque nosotros somos colaboradores de Dios», y más maravilloso todavía, que el Señor Jesús, habiendo lavado todos nuestros pecados en Su preciosa sangre, dice que habrá recompensa para nuestra labor por Él, si es según Su voluntad (versículo 8).

El Apóstol prosigue diciendo que se está construyendo un edificio espiritual en el que tenemos el privilegio de colaborar. Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, fue usado para echar el fundamento, porque estas epístolas inspiradas constituyen el fundamento del cristianismo.

Tomando la Palabra de Dios como el fundamento de nuestro servicio para el Señor, tenemos el privilegio de trabajar para Él. Pero seamos cuidadosos en seguir el plan de Dios en nuestro servicio, porque si no es así, puede que estemos edificando «madera, heno, hojarasca». Puede que nos sintamos tan deseosos de ver resultados que nos apartemos de la verdad de Dios en nuestro servicio, o que mezclemos la verdad y el error. Así como en un edificio terrenal el inspector examina si una obra es conforme a los planos, así habrá una manifestación de nuestro servicio y labor ante el Tribunal de Cristo. ¿Estamos construyendo con «oro, plata y piedras preciosas», o con «madera, heno y hojarasca»? «El día la declarará» (vv. 12-13).

El fuego, el juicio de Aquel cuyos ojos son como llama de fuego que todo lo ve. (Apocalipsis 1:14) pondrá nuestra obra de manifiesto. «Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego» (1 Corintios 3:14-15). «Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente» (2 Timoteo 2:5).

Si lo que Él nos ha dado lo empleamos en obediencia para Él, habrá recompensa, como nos lo dice nuestro versículo. Naturalmente, nuestro motivo no debe ser la recompensa, porque es Su amor lo que nos constriñe para vivir para Él, pero será Su deleite dar recompensas. Tendremos el privilegio de ponerlas a Sus pies y de darle a Él toda la gloria (Apocalipsis 4:10). La Escritura habla de que el fiel pastor recibirá una «corona incorruptible de gloria» (1 Pedro 5:4). Pablo dijo: «Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17). Todo saldrá ante el Tribunal de Cristo.

En 1 Corintios 4:1-5 hallamos un tercer aspecto del tribunal de Cristo. Aquí hallamos que Dios manifiesta los consejos del corazón. Él sabe no sólo lo que hacemos, sino también por qué lo hacemos. Él escudriña los corazones. Nosotros no conocemos nuestros propios corazones, y mucho menos los corazones y motivos de los demás. No debemos juzgar las cosas solamente por su apariencia, ni pasar juicio sobre nuestras propias vidas; todo se manifestará aquel día. Si hemos tenido motivos errados y hemos hecho las cosas para los ojos de los otros, y no realmente para el Señor, todo saldrá entonces, «porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a la luz» (Lucas 8:17).

Quizá hemos intentado hacer algo por amor al Señor Jesús, y no lo hemos hecho como debíamos o como habíamos planeado. Quizá otros nos han criticado, pero el Señor conocía nuestros corazones, y él recompensará el deseo. Como la niñita que quería ayudar a su madre, pero dejó caer una valiosa pieza de porcelana, rompiéndola. Su madre no podía recompensar la acción, pero recompensa amantemente el deseo de la niña de complacerla. Por esto leemos aquí: «Entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios». De cierto que cada uno de nosotros deberíamos alabarlo a Él, pero, ¿no es maravilloso que Él vaya a alabarnos a nosotros?

Es necesario que consideremos cómo nuestras acciones afectan a otros, y de manera especial a los hijos de Dios, «porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí» (v. 7). Cuando pensamos acerca de nuestra comparecencia allí en la presencia del Señor Jesús mientras que Él pasa revista a nuestras vidas, veremos a otros con los que entramos en contacto, y sabremos cómo les afectaron nuestras acciones. ¿Les fuimos de ayuda o estorbo? ¿Actuamos de manera irreflexiva y descuidada, o tratamos de darles aliento y serles de ayuda?

Las recompensas. La Escritura habla de la «corona de gloria» (1 Pedro 5:4), de la «corona de vida» (Santiago 1:12; Apocalipsis 2:10), de la «corona de justicia» (2 Timoteo 4:8) y de la «corona de gozo» (1 Tesalonicenses 2:19). Habla también de nuestra posición en el reino según la fidelidad manifestada: «Tendrás autoridad sobre diez ciudades», «tendrás autoridad sobre cinco ciudades» (Lucas 19:17,19).

Y también: «Si sufrimos, también reinaremos con él» (2 Timoteo 2:12). En tanto que en el estado eterno no hay el aspecto de «reinar», la posición es eterna (Apocalipsis 22:5) y las recompensas son eternas (2 Corintios 4:17; Gálatas 6:8; 1 Juan 2:17). La esposa aparece en el estado eterno con toda la hermosura del día de las bodas, para el que se ha preparado de una manera práctica, «porque el lino fino es las acciones justas de los santos» (Apocalipsis 19:8). ¡Lo que ha sido hecho para el Señor Jesús nunca perderá su gran valor delante de Sus ojos!

En el Tribunal de Cristo, los creyentes son recompensados en base a cuán fielmente sirvieron a Cristo (1 Corintios 9:24-27; 2 Timoteo 2:5). Las cosas por las que creo que seremos juzgados serán; qué tan bien obedecimos a la Gran Comisión (Mateo 28:18-20), qué tan victoriosos fuimos sobre el pecado (Romanos 6:1-4), qué tanto controlamos nuestra lengua (Santiago 3:1-9), etc. La Biblia habla de creyentes recibiendo coronas por diferentes cosas, basadas en cuán fielmente sirvieron a Cristo (1 Corintios 9:24-27; 2 Timoteo 2:5).

Santiago 1:12 es un buen resumen de cómo debemos pensar acerca del Tribunal de Cristo, “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.”

Debemos aspirar a ser galardonados. Es lícito aspirar ser galardonado: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra" (Apocalipsis 22:12). Pablo amaba ese premio; luchaba y combatía para lograrlo. Tal como Cristo tenía delante de Él un gozo, el cual era la iglesia, por el cual fue capaz de sufrir la cruz y el oprobio (“Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho”, Isaías 53:11), del mismo modo, Pablo tenía un gozo puesto delante, una meta: el “premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Esa meta no era, obviamente, la salvación, sino reinar con Cristo en el milenio. Es una justa y lícita aspiración el ser “guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23), y entrar así en el reino.

Lo que por derecho no nos corresponde, Dios nos lo otorga por gracia. “Cosas que ojo no vio, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. En aquel día, como en un gran estadio y delante de todos los santos espectadores, escucharás tu nombre resonar por la potente voz de un ángel que te llamará al proscenio, y entonces la dulce voz de tu Salvador y Rey, te dirá: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:23). Mayor será la gloria cuando seas coronado por las propias manos del Señor Jesucristo, y tengas el gozo de echar tus coronas a los pies de Aquel que ofreció la suya por ti y por mí, cuando se humilló al encarnarse.

Una iglesia gloriosa. En el tribunal de Cristo se quemarán todas las obras y aspectos de nuestro carácter que ofendan a la santidad de Dios. Entonces se cumplirá la palabra profética de Efesios 5:25-27: “...a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”. La iglesia ha sido lavada de sus manchas por la preciosa sangre de Cristo, por la Palabra revelada a los apóstoles y profetas, y, finalmente – en el Tribunal de Cristo– por la destrucción de las malas obras realizadas durante la carrera en el servicio a su Señor. El Señor no obtiene la iglesia gloriosa aquí abajo, sino que la obtiene del Tribunal.

Después que el último de los vencedores de la fe sea coronado en el Tribunal de Cristo; y luego que se haya hecho la separación entre los que tienen coronas y los que no la tienen, y el último de los distinguidos sea vestido de lino fino, entonces se llevará a efecto esa grandiosa celebración que esperan los cielos: las bodas del Cordero.

Que este estudio sea en nosotros una motivación más para servir al Señor de la mejor manera el tiempo que nos quede de existencia sobre esta tierra en el lugar, país y ciudad dónde nos encontremos. Bendiciones.


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