La nueva
vida en Cristo nos imparte la naturaleza divina de Dios por su Espíritu Santo
en nuestros corazones, haciéndonos parte de la familia celestial; por lo tanto
nos es dada una nueva identidad como hijos de Dios, como herederos de Dios y
coherederos con Cristo en los lugares celestiales. Somos ciudadanos de la Nueva
Jerusalén, la patria celestial, que nos espera para estar en la presencia de
Dios Padre, el Creador de todo lo que existe por la gracia divina.
En este capítulo
veremos la obra de la santificación, la
seguridad, y la adopción de Dios para cada persona que ha creído en el Señor
Jesucristo como Señor y Salvador. Apreciaremos aquí la santificación poderosa
en contraste con la santificación sin poder; también veremos la nueva provisión
de Dios para nuestra santificación.
Romanos 8:1-11. Traducción en lenguaje actual (TLA). El
Espíritu de Dios nos da vida eterna: La victoria del Espíritu Santo sobre el
pecado y la muerte. Por lo tanto, los que vivimos
unidos a Jesucristo no seremos castigados. Ahora, por estar unidos a él, el
Espíritu Santo nos controla y nos da vida, y nos ha librado del pecado y de la
muerte. Dios ha hecho lo que la ley de Moisés no era capaz de hacer, ni podría
haber hecho, porque nadie puede controlar sus deseos de hacer lo malo. Dios
envió a su propio Hijo, y lo envió tan débil como nosotros, los pecadores. Lo
envió para que muriera por nuestros pecados. Así, por medio de él, Dios
destruyó al pecado. Lo hizo para que ya no vivamos de acuerdo con nuestros
malos deseos, sino conforme a todos los justos mandamientos de la ley, con la
ayuda del Espíritu Santo.
Los que viven sin controlar sus malos
deseos, sólo piensan en hacer lo malo. Pero los que viven obedeciendo al
Espíritu Santo sólo piensan en hacer lo que desea el Espíritu. Si vivimos
pensando en todo lo malo que nuestros cuerpos desean, entonces quedaremos
separados de Dios. Pero si pensamos sólo en lo que desea el Espíritu Santo,
entonces tendremos vida eterna y paz. Los que no controlan sus malos deseos
sólo piensan en hacer lo malo. Son enemigos de Dios, porque no quieren ni
pueden obedecer la ley de Dios. Por eso, los que viven obedeciendo sus malos
deseos no pueden agradarlo.
"La ley del Espíritu" que se menciona aquí, no sólo quiere decir el principio de
una ley, sino también la autoridad que ejerce el Espíritu. El "Espíritu de
vida" quiere decir que el Espíritu Santo trae vida porque esencialmente es
vida. Él es el "Espíritu de vida". Y la expresión "en Cristo
Jesús" da a entender que el Espíritu Santo está completamente unido a
Cristo Jesús, porque el creyente comparte la vida de Cristo. Él libera al
creyente.
Pero, si el Espíritu de Dios vive en
ustedes, ya no tienen que seguir sus malos deseos, sino obedecer al Espíritu de
Dios. El que no tiene al Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Por culpa del pecado, sus cuerpos tienen que
morir. Pero si Cristo vive en ustedes, también el espíritu de ustedes vivirá,
porque Dios los habrá declarado inocentes. Dios resucitó a Jesús, y él también hará
que los cuerpos muertos de ustedes vuelvan a vivir, si es que el Espíritu de
Dios vive en ustedes. Esto Dios lo hará por medio de su Espíritu, que vive en
ustedes.
El hijo de Dios debe vivir para Dios. El pecado
no debe gobernar, ni mucho menos gobernar la vida del cristiano. ¿Cómo puede el
hijo de Dios vivir para Dios y de dónde puede sacar fuerzas para cumplir este
propósito? Y el apóstol Pablo tuvo que pedir ayuda de fuera. Pablo dijo en Romanos 7:24. "¡Miserable de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo
de muerte?" ¿Quién me va a capacitar de manera que pueda vivir para Dios? Y el apóstol Pablo dijo al concluir el capítulo 7: "Gracias
doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. En conclusión, entiendo que debo
someterme a la ley de Dios, pero en lo débil de mi condición humana estoy
sometido a la ley del pecado".
El
capítulo 8 nos presenta los medios por los cuales se nos asegura la victoria.
En los primeros tres capítulos de la carta a los Romanos, vemos a Dios el Padre
en la creación. Luego, desde el capítulo 3, versículo 21, hasta el capítulo 7,
vemos a Dios el Hijo en salvación. En el capítulo 8, vemos a Dios, el Espíritu
Santo en la santificación del creyente.
El apóstol
Pablo dice en su carta a los Efesios,
capítulo 5, versículo 18: "No os embriaguéis con vino, pues eso lleva el
desenfreno; antes bien sed llenos del Espíritu". La
santificación es la obra del Espíritu Santo en la vida regenerada del creyente,
liberándolo del poder del pecado, incluso ante la misma presencia del pecado, y
obrando la voluntad de Dios en la vida del creyente. Al creyente se le ha dado
una nueva naturaleza. Él puede entregarse a esa nueva naturaleza y ése es un
acto de la voluntad. Y ésa es la nueva lucha que se nos presenta. La expresión
bíblica "la carne" describe al hombre natural. El Señor Jesucristo, en el evangelio de Juan, capítulo 3, versículo 6, dijo que:
"Lo que es nacido de la
carne, carne es". Siempre será carne. Dios no tiene un plan para
cambiar esa débil naturaleza humana. Pero Él brinda algo nuevo. Y la parte
final de ese versículo 6, en el evangelio de Juan,
capítulo 3, dice: "Y
lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Eso es
algo diferente.
Tenemos ante nosotros ahora, una nueva lucha. Ya no es la nueva naturaleza del creyente tratando de vencer al pecado en el cuerpo, sino que es el Espíritu Santo luchando contra la vieja naturaleza.
Pues,
bien, el creyente tiene a su lado al Espíritu Santo para que éste le defienda
de la carne. Yo no puedo vencer la carne. Aprendí eso hace mucho tiempo. Así
que debo confiar en alguien que sí puede hacerlo. Y ese alguien, estimado
oyente, es el Espíritu Santo que reside dentro del creyente. Y Él quiere
hacerlo y puede lograrlo.
Romanos 8:12-21. Traducción en lenguaje actual (TLA). Un
futuro maravilloso. Por eso, hermanos, ya no
estamos obligados a vivir de acuerdo con nuestros propios deseos. Si ustedes
viven de acuerdo a esos deseos, morirán para siempre; pero si por medio del
Espíritu Santo ponen fin a esos malos deseos, tendrán vida eterna. Todos los
que viven en obediencia al Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Porque el
Espíritu que Dios les ha dado no los esclaviza ni les hace tener miedo. Por el
contrario, el Espíritu nos convierte en hijos de Dios y nos permite llamar a
Dios: «¡Papá!» El Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu, y nos asegura que
somos hijos de Dios. Y como somos sus hijos, tenemos derecho a todo lo bueno
que él ha preparado para nosotros. Todo eso lo compartiremos con Cristo. Y si
de alguna manera sufrimos como él sufrió, seguramente también compartiremos con
él la honra que recibirá.
Estoy seguro de que los sufrimientos por
los que ahora pasamos no son nada, si los comparamos con la gloriosa vida que
Dios nos dará junto a él. El mundo entero espera impaciente que Dios muestre a
todos que nosotros somos sus hijos. Pues todo el mundo está confundido, y no
por su culpa, sino porque Dios así lo decidió. Pero al mundo le queda todavía
la esperanza de ser liberado de su destrucción. Tiene la esperanza de compartir
la maravillosa libertad de los hijos de Dios. Nosotros sabemos que este mundo
se queja y sufre de dolor, como cuando una mujer embarazada está a punto de dar
a luz.
La frase "los que son de la carne", es
decir, los que viven conforme a la débil condición humana, describe al ser
humano natural. En el segundo capítulo de su carta a los
Efesios, versículos 1 al 3, Pablo dijo: "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais
muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro
tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la
potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los que desobedecen a Dios.
De esa manera vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, siguiendo
nuestros propios deseos y satisfaciendo los caprichos de nuestra naturaleza
pecadora y de nuestros pensamientos. A causa de esa naturaleza merecíamos el
terrible castigo de Dios, igual que los demás". Ésa era nuestra condición hasta que fuimos salvados, y la
carne incluye también la mente. En su carta a los Colosenses, capítulo 1, versículo 21, Pablo dijo: "Y a
vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros
pensamientos y por vuestras malas obras, ahora Cristo os ha reconciliado". Esto incluye toda la
personalidad que está completamente alejada de Dios. Y en su primera carta a los Corintios, capítulo 2, versículo 14,
nos dijo: "Pero
el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente".
Esta clase
de personas busca, lucha, y hasta ha puesto sus corazones en las cosas de la
carne. Y ésa es su manera de vivir, y las obras de la débil condición humana
son manifiestas. Usted lo puede leer por sí mismo en la carta a los Gálatas, capítulo 5, versículos 19 y 20. Y en Colosenses
3:8 se habla de: "ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras
deshonestas de vuestra boca". Eso es
lo que el Señor Jesucristo dijo también en el capítulo 15 del evangelio de Mateo, versículo 19: "Porque del corazón salen los malos pensamientos,
los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos
testimonios, las blasfemias".
El vivir
dominado por la débil condición humana significa derrota y muerte. Ningún hijo
de Dios puede tener una vida abundante en Cristo viviendo por las cosas de la
carne, de su vieja naturaleza. El hijo pródigo, como vemos en la parábola
relatada en Lucas 15, puede ir a parar a una pocilga, pero nunca será feliz si
permanece allí. Tendrá el deseo de salir y de volver a su padre.
La otra clase de personas es la formada por aquellos que
según el Espíritu, han nacido de nuevo, han sido regenerados, en ellos reside
el Espíritu Santo de Dios, y aman las cosas de Dios. Y el apóstol Pablo dijo en su carta a los Colosenses, capítulo 3, versículo 1: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios". Y el versículo 2 sigue
diciendo: "Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la
tierra". Más adelante en este mismo capítulo 3 de la carta a los
Colosenses, versículo 12, el apóstol continuó dando más instrucciones para el
creyente y dijo: "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y
amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de
paciencia".
Éstas son las actitudes que anhela y busca el hijo de
Dios. Pero, no las podemos lograr por medio de nuestro propio esfuerzo. Las
logramos, solamente, cuando dejamos que el Espíritu de Dios obre en nuestras
vidas.
Romanos 8:23-30. Traducción en lenguaje actual (TLA). Camino
a la gloria eterna. Y no sólo sufre el mundo, sino
que también sufrimos nosotros, los que tenemos al Espíritu Santo, que es el
anticipo de todo lo que Dios nos dará después. Mientras esperamos que Dios nos
adopte definitivamente como sus hijos, y nos libere del todo, sufrimos en silencio.
Dios nos salvó porque tenemos la confianza de que así sucederá. Pero esperar lo
que ya se está viendo no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando algo que ya
tiene? Sin embargo, si esperamos recibir algo que todavía no vemos, tenemos que
esperarlo con paciencia.
Del mismo modo, y puesto que nuestra
confianza en Dios es débil, el Espíritu Santo nos ayuda. Porque no sabemos cómo
debemos orar a Dios, pero el Espíritu mismo ruega por nosotros, y lo hace de
modo tan especial que no hay palabras para expresarlo. Y Dios, que conoce todos
nuestros pensamientos, sabe lo que el Espíritu Santo quiere decir. Porque el
Espíritu ruega a Dios por su pueblo especial, y sus ruegos van de acuerdo con
lo que Dios quiere.
Sabemos que Dios va preparando todo para el
bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo con su
plan. 29 Desde el principio, Dios ya sabía a quiénes iba a elegir, y ya había
decidido que fueran semejantes a su Hijo, para que éste sea el Hijo mayor. 30 A
los que él ya había elegido, los llamó; y a los que llamó también los aceptó; y
a los que aceptó les dio un lugar de honor.
El vivir
en el espíritu produce amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22-23); Todos necesitamos experimentar una profunda y perpetua
renovación que sólo la produce el Espíritu de Dios, y en virtud a ello podremos
comprender nuestra misión terrenal, en medio de una realidad corrupta. El
Espíritu enciende la imaginación del creyente y de la Iglesia, para que ambos
puedan realizar la Gran Comisión (Mateo
28:19-20), con las formas más eficaces en sus
testimonio personales y comunitarios. Hoy más que nunca, en tiempos donde
vivimos un proceso de despersonalización del ser humano, en el que existe un
sentido de vaciedad y donde cada quién se pregunta: “¿Quién soy yo?” y ¿”Cuál
es el sentido de mi vida?” En esta situación, es necesario y urgente que algo
suceda e invierta el proceso y de al ser humano un sentido de valor, de
seguridad, de personalidad, de vida plena.
Muchos
viven según la carne, cometiendo todo tipo de pecado, sin poder vivir con su
conciencia tranquila. Viven sin esperanza, sin alegría, sin imaginación,
renegados. Viven encerrados en sí mismos, sólo buscan sus intereses personales;
se pelean por los primeros puestos; antes que servir, quieren ser servidos. Son
como los huesos secos que describe el profeta Ezequiel en el capítulo 37 de su
libro. En ellos se evidencia los frutos de la carne, descritos en el libro de Gálatas, capítulo 5:19-21, ellos son:
adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias,
homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas. El vivir en la
carne produce muerte. Sólo con el poder del Espíritu uno puede cambiar esta
situación caótica de la persona y de su entorno social. Sólo Él puede producir
ese verdadero cambio existencial y espiritual. Permite que la persona viva
plenamente, encuentre su verdadero valor personal en el encuentro con el otro.
El mejor
ejemplo lo tenemos en Jesucristo, él manifestó que el Espíritu del Señor estaba
sobre él y que lo había enviado a dar buenas nuevas a los pobres; a sanar a los
quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los
ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del
Señor (Lucas 4: 18-19). Ese mismo
Espíritu que mora en el Señor Jesús es el que nos permite tener convicción para
realizar la misión, tener las fuerzas para vencer al enemigo, resistencia ante
los embates del diablo, la confianza necesaria para esperar el mañana. Si nos
dejamos llevar por el Espíritu Santo, nuestra vida será una vida en plenitud.
Vivir plenamente en el Espíritu, es vivir una vida en comunidad con el cuerpo
de Cristo: que somos los creyentes en Cristo, donde el amor y la paz son una
realidad, en otras palabras en dónde el reino de los cielos se hace manifiesto.
Romanos 8:31-39. Traducción en lenguaje actual (TLA). Dios
nos ama eternamente. Sólo nos queda decir que, si
Dios está de nuestra parte, nadie podrá estar en contra de nosotros. Dios no nos
negó ni siquiera a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, así que
también nos dará junto con él todas las cosas. ¿Quién puede acusar de algo malo
a los que Dios ha elegido? ¡Si Dios mismo los ha declarado inocentes! ¿Puede
alguien castigarlos? ¡De ninguna manera, pues Jesucristo murió por ellos! Es
más, Jesucristo resucitó, y ahora está a la derecha de Dios, rogando por
nosotros. ¿Quién podrá separarnos del amor de Jesucristo? Nada ni nadie. Ni los
problemas, ni los sufrimientos, ni las dificultades. Tampoco podrán hacerlo el
hambre ni el frío, ni los peligros ni la muerte. Como dice la Biblia: «Por
causa tuya nos matan; ¡por ti nos tratan siempre como a ovejas para el
matadero!»
En medio de todos nuestros problemas,
estamos seguros de que Jesucristo, quien nos amó, nos dará la victoria total. Yo
estoy seguro de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la vida ni la
muerte, ni los ángeles ni los espíritus, ni lo presente ni lo futuro, ni los
poderes del cielo ni los del infierno, ni nada de lo creado por Dios. ¡Nada,
absolutamente nada, podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado por
medio de nuestro Señor Jesucristo!
Dios
entregó a Su propio Hijo para morir por nosotros, Él no negó a Su Hijo, ¿no
cree usted entonces que Él puede darle todo lo que necesita en esta vida y en
la vida futura? Dios ha puesto Su trono detrás de los elegidos. Nosotros somos pecadores
justificados. Dios está detrás de nosotros. ¿Quién nos condenará? Nadie nos
puede condenar. Y, ¿Sabe por qué? Porque Cristo murió. Más aun, el que
resucitó.
Cristo ha
removido toda condenación y el creyente está seguro debido a los siguientes
aspectos de la obra de Cristo: (1) Cristo murió por nosotros, fue entregado por
nuestras ofensas; (2) Fue resucitado de los muertos, para nuestra
justificación; (3) Está a la derecha de Dios, se encuentra allí en este momento.
Es el Cristo que vive y (4) Él también intercede por nosotros. Cristo oró por
nosotros: esta obra, que comprende estos 4 aspectos, es la razón por la cual
nadie puede acusar a los escogidos de Dios.
Y esta obra
completa de la redención, fue realizada a favor de nosotros en medio de un
mundo donde la seguridad se torna cada vez más problemática, donde la duda y la
incertidumbre están a la orden del día, dónde la maldad, la mentira y la
injusticia imperan por todas las naciones de la tierra.
Pero hay
una auténtica seguridad para todos aquellos que confían en el Señor Jesucristo
porque ninguna promesa suya quedará sin cumplirse. Su amor es verdadero y fiel,
en un mundo en que el amor y la amistad son términos que muchas veces resaltan
la inconstancia y debilidad humanas.
Le
invitamos a colocar su vida presente y futura en las manos de aquel Buen Pastor
que entregó Su vida por las ovejas, es decir por nosotros, y bajo cuyo amparo
podemos vivir en plenitud, en armonía con Dios y cumpliendo Sus propósitos y
recordemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman.
No sólo
los cuerpos de los creyentes serán redimidos, sino que todo este universo
físico, esta tierra en la que usted y yo habitamos también será redimida. Ése
es el propósito de Dios, y Él lo llevará a cabo. En realidad cambiaremos esta tierra
vieja por una tierra nueva, recibiremos un nuevo modelo de tierra, por decirlo
así; donde no habrá más pecado, ni maldición por causa del pecado, y éste no
volverá sobre ella. ¡Viviremos así una maravillosa experiencia! El vivir en el
Espíritu es vivir una vida en santidad, tanto personal como socialmente. Hoy
necesitamos dar testimonio de esta nueva realidad social y espiritual a un
mundo que vive según sus propios principios y valores y no de acuerdo a la
palabra de Dios.
Habiendo
reconocido que tendremos cuerpos redimidos, consideró las aflicciones de la
época presente, que constituyen la experiencia común de todos los creyentes
como algo pasajero.
Esta
generación, que está disfrutando de mayores comodidades que cualquier otra en
la historia, trata de evitar el pensar en este lado oscuro de la vida. Pero los
creyentes actuales no pueden eludir la experiencia del sufrimiento. Y muchos de
nosotros tenemos un gran peso en nuestro pasado, en la vieja naturaleza del
pecado. Y es muy difícil poder cambiar. Cuando usted cree en Cristo, la nueva
naturaleza que recibe toma el control de las cosas, quiere cambiar de camino
porque no desea que usted continúe viviendo en el pecado. La nueva naturaleza
no quiere pecar. Pero la vieja naturaleza no quiere dar un paso hacia atrás y
es entonces, que surgen los conflictos. Pero esta lucha terminará cuando
nuestro cuerpo sea redimido.
De ahí que
es necesario vivir nuestra fe en medio de tiempos turbulentos y a través de los
dones, llamamientos y ministerios, implantar el carácter de Cristo en cada
nuevo creyente, para así llegar a trasformar nuestro entorno y nuestras
ciudades. Mateo 5:14-16. La luz del mundo. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre
un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un
almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario